Explotación y feminismo

19 may 2017 / 10:19 H.

Pienso en una pareja que llega a casa, me refiero a una pareja en la que ambos trabajan, y uno se sienta en el sofá frente a la televisión mientras el otro va a la cocina, como siempre, a preparar la comida o cualquier otra de las muchas tareas en la casa. Yo no puedo definirlo más que con esa palabra que tanto odia el orden establecido o el pensamiento neoliberal imperante, reaccionario, veo explotación. Una de las grandes desgracias de nuestro país es que todavía cuando queremos hablar de familia queremos decir mujeres. Mujeres españolas de las cuales más de la mitad está integrada en el mercado de trabajo e, insisto, por desgracia en nuestro país, cuidan de los niños y los jóvenes, o no tan jóvenes, de los ancianos de la casa, de los familiares enfermos terminales y de su pareja. Es la mujer la que lleva la mayor carga de responsabilidades familiares. Es curioso cómo se evita constantemente el término explotación cuando todos sabemos que no es ni más ni menos que el centro del sistema en el que vivimos. Se evita en los medios, en la publicidad institucional cuando se habla de políticas para evitar la discriminación o la desigualdad, se huye de su utilización. Me llama la atención cómo se huye del uso de esta palabra o cómo se evita también desde las instituciones políticas, poderes financieros y económicos o mediáticos otras palabras como la categoría de clase social. Cuando se nos muestran políticas antidiscriminatorias, por ejemplo, con la mujer, nunca se habla en estos términos y se centran siempre en la categoría de género.

Me da la impresión de que no interesa que conceptos de este tipo se presenten o se discutan ante la opinión pública. Y es normal, pondrían en evidencia al orden establecido y está claro que los beneficiarios de tal orden no quieren que se planteen o se oiga hablar de ellos. Pero lo cierto es que es la base del capitalismo. Me refiero al real. En el ejemplo de la pareja que he descrito más arriba como en el ejemplo de un empresario que paga a un trabajador menos del valor monetario que esta persona ha aportado al producto o servicio, o cuando una persona vive mejor a costa de que otra viva peor; el término más exacto es el de explotación.

Si observamos la realidad, la situación actual es cuanto menos paradójica. A pesar de las condiciones de discriminación, desigualdad, explotación e inferioridad de la mujer en general dentro de nuestra sociedad, no podemos olvidar que en determinadas capas sociales su problemática es mínima. Y, digámoslo claro, esa pequeñísima parte de la población femenina no solo no están explotadas, sino que además abusan de los privilegios que nuestra sociedad capitalista les ha concedido. Siento decirlo, pero esas cuantas individualidades femeninas, que en algunos casos hasta podemos decir que han logrado emanciparse a pesar de obstáculos e inconvenientes, y ostentan cargos y puestos de máxima responsabilidad, no son más que excepciones que confirman la regla. Esas mujeres no representan los intereses de la mayoría de mujeres que no pertenecen a esas clases pudientes y adineradas. A la vez que el movimiento feminista ha tomado importancia en nuestro país, algo que es necesario y positivo para toda la sociedad, la estructura de poder ha orientado su esfuerzo para que este movimiento se integre en el sistema en vez de que luchen por el fin de la explotación de género y de clase. Ese objetivo de desactivación ya está conseguido con los partidos históricamente enraizados en la clase trabajadora. El feminismo no debe coger ese camino, debe cambiar el sistema explotador, y no integrarse en él. Me horroriza ver como desde el conservadurismo se está de acuerdo en otorgar los mismos derechos a hombres y mujeres, cuando en realidad ridiculizan y desprecian el término feminismo. Les basta esa igualdad, pequeño paso positivo, en el contexto de una sociedad como la actual y con unas estructuras económicas, sociales y políticas como las actuales. Nada más alejado del verdadero significado que tuvo, tiene y siempre tendrá el feminismo, su carácter progresista.