Hemos perdido el “seny”

28 feb 2019 / 13:34 H.

La derecha tradicional —y cada vez más tradicionalista— suele criticar con fruición la cantidad de derechos de que disponemos, como si fueran regalos o méritos no merecidos, másteres conseguidos en alguna universidad donde se pudiera meter la mano como por arte de birlibirloque. Los derechos conquistados por nuestros mayores y los sindicatos durante la Transición, se desprecian como si no pudiera haber un retroceso. A mis alumnos suelo hablarles del Golpe de Estado de Tejero del 23-F de 1981, cuando yo tenía apenas 7 años recién cumplidos y escuchamos en la radio lo que había sucedido. Íbamos saliendo de Jaén hacia el pueblo en el Land Rover mi padre, su amigo Teófilo el del tejar y yo. Mi padre me mandó callar, porque yo era demasiado parlanchín, le dio volumen al aparato y comprendí la magnitud del suceso. Eran los días —recuerdo vagamente— en que había dimitido Adolfo Suárez, el héroe de media España, quien se había despedido del Gobierno con lágrimas en los ojos. Por entonces, y es lo que realmente pretendía recordar, solo unos años antes se habían realizado las primeras elecciones democráticas en los ayuntamientos, de las que ahora se conmemoran cuatro décadas, ahí queda el dato. Porque son cuatro décadas de todo, y de algunas cosas incluso menos. En cualquier caso, pongamos que esa es la fecha del despegue hacia la normalidad. Mucho se ha criticado la normalidad, traída y llevada, reivindicándose por el contrario los raros y los seres que se llaman a sí mismos “especiales”, cuestionándose en beneficio de los anormales, que diría Foucault, y de las excepciones... No seré yo quien no defienda las excepciones. Pero dudo de que el café con leche para todos no sea aburrido e injusto, a pesar de que en cuestiones de democracia debemos hacer tabula rasa, porque se trata de igualdad, civismo y convivencia. En las comunidades autónomas donde existen idiomas cooficiales, se llevó a cabo la normalización lingüística, que también fue, entre otras cosas menos positivas, y por desgracia, adoctrinamiento y falsificación de la historia. Ni se justifican los 40 años de prohibición del catalán durante el franquismo, que es una preciosa lengua hermana de cultura, ni el odio a lo español, los lavados de cerebro sobre la historia de Cataluña, o el supuesto derecho a decidir, en función de no sé qué patrañas. Hoy día nos encontramos ante un serio retroceso de la normalidad, zarandeada por los reaccionarios, los ultramontanos, la rancia y casposa conservaduría, el perverso amiguismo, los facinerosos y las oligarquías. Ese pequeño sector se empeña últimamente con incisivo afán en restar derechos, recortar prestaciones y menoscabar a las amplias clases populares, aireando sus ostentaciones y exhibiendo la obscenidad de la perpetuación de su poder. ¿Qué hace que un ser humano valga más que otro? ¿Por qué unos tienen muchos derechos, y otros muchos deberes? Tanto por un lado como por otro, hemos perdido el rumbo, el buen sentido, el seny, que se diría en Cataluña. Una palabra que, al traducirse, quizá se ajuste a “cordura” o “sensatez”... por ahí anda. Pero lo peor de todo es cuando apelan a los sentimientos del pueblo, que son la madre del cordero: ¿es que antes de aquella famosa reunión de septiembre de 2012 entre Mariano Rajoy y Artur Mas, cuando discutían el pacto fiscal, es que entonces no había sentimientos?