Huellas de Pasión

19 abr 2017 / 10:53 H.

Siempre se ha dicho que las personas serán recordadas por sus obras. Los recientes desfiles de Semana Santa me han traído el recuerdo de un escultor a quien yo conocí personalmente. Hablo de Alfredo Muñoz Arcos, un hombre nacido en Guadalcanal (Sevilla), que siendo muy joven llegó a nuestra ciudad por vez primera en 1939 y, ayudado por las monjas, puso su primer taller de talla en una sala baja que le cedieron dentro del Hospital de San Juan de Dios. Me contaba que el primer trabajo de importancia que hizo fue la restauración de la imagen de San Francisco que se conserva en el convento de las Bernardas. En 1941, restauró la imagen de María Magdalena, de la iglesia de la Merced y realizó la imagen de la Virgen del Mayor Dolor de la misma iglesia. Cuatro años después, el párroco Antonio López le encargó la restauración del Cristo de la Clemencia, una talla muy rústica y estropeada que él tuvo que hacer casi nueva, así como también la cruz. Como anécdota, me confió que por aquel trabajo percibió 3.500 pesetas.

No había demasiado trabajo para los imagineros pero él aceptaba los encargos con ilusión, llevado de su vocación profesional y porque algo quedaba para la familia. Por tallar la imagen de la Soledad de San Ildefonso cobró 1.100 pesetas. Todo esto me lo contaba Alfredo, con quien me unió una buena amistad y solíamos coincidir cuando estaba en nuestra ciudad en su taller de molduras de la calle Mesones. Pero Alfredo tuvo talleres en La Carolina e incluso en Barcelona. Imágenes salidas de sus manos y su talento hay en Fuerte del Rey, Guarromán, La Carolina y otros puntos de nuestra provincia y de España. El sentía predilección por nuestra ciudad, donde tres de sus hijos también se establecieron. Los tres fueron amigos míos. Mariano y Jesús se dedicaron a la hostelería, mientras el mayor —de cuyo nombre no consigo acordarme— fue el único que siguió en el oficio de su padre. Alfredo Muñoz Arcos era un hombre muy comedido. Creo que las confidencias que a mi me hacía, se las hacía a muy poca gente. Era moderado, humilde y nunca alardeaba de sus obras. La mayor parte de su vida la vivió en Jaén. Murió el 21 de enero del 2015, en Linares, a los 94 años de edad. Y no he podido evitarlo. Al ver por nuestras calles desfilar algunas de sus imágenes le recordé con afecto y respeto.