Imaginando a Juan Ruiz

02 may 2017 / 11:07 H.

Desde la Fortaleza de La Mota de Alcalá la Real, dirijo la mirada hacia la ciudad. Han pasado más de siete siglos. Esta no es la Alcalá medieval de mi tiempo, está muy cambiada. Antes de proseguir debo presentarme. Soy Juan Ruiz, casi todos me conocen como el Arcipreste de Hita. ¿Qué pasa? ¿No corréis a pedirme que os firme un ejemplar de mi obra? ¿No queréis haceros junto a mí uno de esos retratos? ¿Cómo los llamáis? ¿Selfies? Ah, ya entiendo. Me consideráis un autor antiguo, desfasado. Pero debéis saber que si en mi época hubieran existido estos premios literarios a los que ahora tanta importancia les otorgáis, mi gran obra, “El libro del buen amor”, me habría hecho acreedor de los mayores galardones. Pero en mis días, las instituciones que se interesaron por mi texto, no pretendían premiarme, sino castigarme, pues los guardianes de la moral de mi tiempo consideraban blasfemas algunas partes de mi libro. Pues debéis saber que aunque yo fuera un arcipreste, un cargo eclesiástico, mis enemigos decían que mi obra era heterodoxa y anticlerical. A pesar de que tuve mucho cuidado de adornar el libro con fragmentos sacros, muchos decían que, tras aquella fachada de virtud, se ocultaba una obra defensora del amor libre y que contenía fragmentos libertinos. En definitiva me acusaban de ponerle una vela a Dios y otra a Venus. Y es que la virtud y el pecado, lo sagrado y lo profano, a veces iban de la mano en mi época. Y para más inri compuse mi libro en la cárcel, iniciando una insigne costumbre a la que en siglos sucesivos se irían sumando Cervantes o Quevedo u otros señalados autores entre los que hay dos grandes poetas vinculados a Jaén: San Juan de la Cruz y Miguel Hernández. Por alguna extraña razón, a las musas les gustan las celdas. En fin, cuánto ha llovido desde aquellos días en los que compuse mi obra. Y desde entonces, los torrentes del tiempo han arrastrado consigo las huellas de mi origen. Qué sino el de esta tierra de Jaén, latitud amnésica que olvida a sus creadores y pierde los documentos que atestiguan el nacimiento de sus autores más señalados. A menudo me junto con otro paisano de discutida cuna, el poeta Jorge Manrique, y ambos nos lamentamos de nuestro limbo natal. Pero yo estimo mucho a esta tierra y por eso he traído conmigo a los personajes principales de mi obra, para que me acompañen hoy en esta visita a mis probables orígenes. Don Melón y Doña Endrina, Don Carnal y Doña Cuaresma y la vieja alcahueta Trotaconventos, se complacen recorriendo las moriscas huellas de la villa, huellas árabes que también se encuentran en mi obra y que tal vez indiquen que esta sea la Alcalá real de mi nacimiento. Pero no soy capaz de asegurarlo. Y en parte fue olvido mío, pues en mi obra indiqué que era nacido en Alcalá, pero olvidé precisar el apellido de mi patria chica.

Alcalá de Henares y Alcalá la Real se disputan el honor de ser mi cuna. Y yo no sé discernir, ha pasado demasiado tiempo. Pero yo las quiero a las dos, si he de seros sincero. No me hagáis elegir, pues tengo amor de sobra para mis dos preciosas villas de nacimiento. Al fin y al cabo, parir a un autor tan ilustre, es tarea que excede las capacidades de una sola población, y por ello hizo falta la conjunción de dos maternales villas para traerme a mí al mundo.