Imaginando a Miguel Hernández

28 feb 2017 / 12:07 H.

Aquí estoy. De nuevo en Jaén, en la calle Llana número 9, como en aquella primavera de 1937, tan importante para mí. Hola, soy Miguel. Miguel Hernández. Me dirijo a vosotros jiennenses del futuro. Todos me conocéis, ¿verdad? Y sin duda atesoráis en vuestras viviendas ejemplares de mis obras. Sí, soy el autor de “El rayo que no cesa”, de “Vientos del pueblo”, de “Cancionero y romancero de ausencias”. Un momento, ¿por qué ponéis caras raras? ¿Acaso no habéis leído mis libros? ¿Me habéis olvidado? No lo entiendo. Aunque admito que ha pasado bastante tiempo. 80 años, ya, desde aquellos felices días de mi estancia en Jaén. Y pronto se cumplirán 75 años de otra fecha, en la que ocurrió algo fundamental en mi historia, que no me resulta grato recordar. Hablo de aquel 28 de marzo de 1942 que encabeza, adornado con una cruz (y a continuación de mi fecha de nacimiento), todas mis biografías... Bueno. El caso es que ciertas autoridades de la provincia se han puesto en contacto conmigo para conmemorar tales efemérides. Y aquí estoy, feliz de volver a esta tierra a la que tanto amé, y en la que tanto amé. Porque igual que algunos pasan su viaje de novios en París, o cruzan el mar con su pareja en un gran buque, yo disfruté de mi luna de miel en la graciosa, lunar y solar ciudad de Jaén. ¡Qué más se puede pedir! Acababa de casarme con mi querida Josefina, paisana vuestra, natural de Quesada. Y aquellos fueron nuestros mejores días. Dedicábamos horas al amor, a pesar de la guerra. Eran tiempos de lucha y yo no quería ser poeta de retaguardia. Y Jaén en aquellos días estaba en zona de contienda. De hecho fuimos testigos de las consecuencias del terrible bombardeo que ocasionó cientos de muertos y heridos entre los, hasta entonces, confiados jiennenses. Fueron tres meses intensos. Yo disfrutaba declamando estrofas por los pueblos de esta tierra. En aquellos días en los que la metralla sustituyó a la palabra entre los hombres de pensamientos antagónicos, yo combatía por mis ideas disparando versos aquí y allá. Aún me sentía poeta-soldado, aunque años después alojado ya en la derrota y en la cárcel, desengañado y lúcido, escribí aquello de “tristes guerras (si no es amor la empresa)”. Pero durante aquella primavera de miel en Jaén, nos sentíamos eternos. Recuerdo que Josefina y yo, de la mano caminábamos por la Senda de los Huertos, y llegábamos hasta Jabalcuz en donde me gustaba bañarme en una alberca. En Jaén viví algunos de los mejores momentos de mi vida. Aquí engendré vida y palabra. En aquellos días descubrí que iba a ser padre, por primera vez. De mi hijo Manuel Ramón. Y también se generó en esta tierra otro parto, en este caso literario, el de mi obra “Viento del pueblo”. Aunque mi pobre hijo falleció pocos meses después de su nacimiento. Y mi libro, por lo que veo, no ha quedado, como yo soñaba, en la memoria colectiva de las gentes del pueblo. Parece que, del mismo modo en el que yo pasé mis últimos días en la cárcel, mis obras han sido condenadas a la reclusión del olvido. Un momento, ¿qué escucho? ¿Estáis cantando? ... Andaluces de Jaén, aceituneros altivos... Son mis versos, los sembré en estas tierras, al lado de vuestros olivos, me hace feliz que aún tengan vida, aunque sea trasplantados a la solemnidad de un himno.