Imaginando a tono

25 jul 2017 / 10:17 H.

Ah, están ustedes ahí leyendo. Qué bien. Yo me dedicaba a eso. A leer no, a escribir. Bueno y a más cosas, también hacía dibujos, guiones y otras inutilidades que resultan maravillosas. ¿Que si soy famoso? Pues no estoy seguro. Mi nombre es Antonio Lara de Gavilán. ¿Cómo dicen? ¿No les suena mi nombre? No se preocupen, tengo otro para usar en estos casos. Verán, en realidad todo el mundo me conocía como Tono. ¿Sigue sin decirles nada? Pues que lástima, oye. Porque resulta que somos paisanos. Si, yo nací en Jaén, en el año 1896. Aunque me fui pronto, a los 4 años. Bueno, en realidad me acompañaron mis padres. O mejor dicho, mi madre, porque mi padre acaba de morir y no estaba el pobre para mudanzas. Pero pasé todo mi siglo XIX aquí en Jaén (Era un siglo muy parecido al siguiente pero tenía un palote en medio).

Y aquí en Jaén, conocí a una compañera que se convirtió en mi mejor amiga, y de la que no me llegué a separar en mi vida: la risa. Ella se convirtió en el motor de mi vida. La risa pura de Jaén licuada en las ricas almazaras del humor de esta tierra tan jocosa. También se nota que soy de Jaén en que he practicado siempre el monocultivo de la risa, de modo que el drama no lo he tocado ni con guantes. Verán, yo fui autodidacta. Mi paso por la escuela no resultó demasiado provechoso. Allí había un montón de niños sentados en sus mesas y un señor que nos hacía preguntas y yo pensaba: como el maestro siga preguntándome tantas cosas, voy a dejar de ir al colegio y me voy a colocar en una oficina de información, que es donde nadie pregunta nada.

Yo siempre he sido muy de pensar, y de emborronar papeles con esas pequeñas píldoras que hacen cosquillas en el pensamiento, y a los que llamamos chistes. Y con el tiempo llegué a intercambiar, algunos de mis papeles de humor, por papeles mucho más serios que me entregaban en los bancos y que servían para pagar el recibo del gas. Yo tengo que confesar que me hice humorista porque me hacía gracia a mi mismo. Y con estas invenciones mías conseguí cierta fama, cierto nombre (que seguía siendo el mismo “Tono” de siempre, pero con caracteres más grandes), aunque los que reparten las barajas de las literaturas me encuadraron en la “otra” generación del 27, una especie de suplentes de los auténticos escritores de aquella generación, que estábamos ahí por si alguno de los serios se lesionaba en mitad de una página, o acababa agotado después de recorrer un párrafo larguísimo.

Por cometer el pecado de escribir cosas de humor, no nos tomaban en serio. Y tal vez era mejor para nosotros porque así podíamos romper moldes, que era una de mis aficiones favoritas. También me encanta inventar cosas que no sirven para nada. En el homenaje que me hicieron en 1976, Forges me dijo al regalarme un reloj: “se lo damos para que haga con él una lavadora”. Un par de años más tarde ocurrió algo, que prefiero olvidar, ya he dicho antes que los dramas no los toco ni con guante, y los temas fúnebres ni con un palo.

Dicen que aquel año me marché, para siempre. Sin embargo, una parte de mí permanece aquí, en la memoria de los pocos que me recordáis y que al leer mis ocurrencias, mis chistes, hacéis que reviva mi espíritu y de ese modo recorro, alegre, el aire, de la mano de mi eterna compañera, la risa de Jaén.