Imaginería política

13 oct 2018 / 11:27 H.

Era cuestión de realismo político, aunque los adornos fueran, necesariamente, barrocos. La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, rodeada el domingo, en Alcalá la Real, de una notable representación de la imaginería del alcalaíno Martínez Montañés, no necesitó ninguna revelación mística para fijar en el calendario la convocatoria de las próximas elecciones autonómicas. Los idus de marzo quedaban a trasmano, era necesario agitar a la parroquia para que se retratara en peregrinación democrática. Los caminos, en este caso, sí eran escrutables, nítidos. No cabe hablar de ardid cuando la legalidad y la costumbre política ampara una fórmula de adelanto que, además, satisface a creyentes y protestantes por igual, cada uno con sus cruces particulares. “Quorum” interesado. La sagacidad y el olfato político no se le discuten a la presidenta, las cábalas del calendario pueden deparar alguna sorpresa, pero la situación del resto de los líderes espirituales es propicia para sus intereses. Moreno Bonilla quizá rece en secreto, e implore, para que en la próxima visita de “apoyo” del líder del PP, Pablo Casado, los nardos al candidato popular no se conviertan en cardos borriqueros para cualquier andaluz, votante o no del PSOE. Es Casado un curioso caso de Benjamin Button, sus palabras, circunloquios y reflexiones a pie de micro no casan con su DNI, con su edad. Quizá con el tiempo sea menos viejo y su cronología se estabilice y así, de paso, conecte con un perfil de electorado al que ahora mismo da la espalda, casado como está con la vieja guardia aznariana.

El ciudadano Juan Marín, por el contrario —sin que le haya tocado, que se sepa, “el dios de la madera” alcalaíno—, puede convertirse en estatua, entiéndase una figura sin capacidad de movimiento político, por abjurar del pacto con los socialistas. De hecho, en un arrebato para distanciarse del acuerdo —lavándose las manos como Pilatos, en las escaleras del templo— clamó ante sus seguidores que no elevarán a la diosa trianera tras los oficios de la divina democracia. Sin duda, en esta rica tradición oral se incumplirán palabras dadas y, ante el lector con memoria, dirán con convicción, que eso eran otros tiempos, viejos testamentos. La biblia política tiene acotaciones que encresparían y no podría imaginar el ortodoxo Martínez Montañés.

El trono bicéfalo que proponen Teresa Rodríguez y Antonio Maíllo es más madera del tronco de la izquierda, pero con sus vetas propias y puede que objeto del deseo, quién sabe, de un socialismo que acuse el desgaste y necesite una vuelta de tuerca o una vuelta a las esencias. Pero eso es adelantar acontecimientos, el trabajo fino de madera política policromada vendrá después, primero hay que dar forma a la imagen. Estamos en los trabajos previos, el boceto electoral. Eso es cuestión de maestros, talleres y aprendices y, en eso, la escuela sevillana marcó una época, digamos, que hasta nuestros días.

La capital, ajena a las corrientes artísticas y casi también políticas, sobrevive en un perenne estado de abatimiento contagioso. Al Ayuntamiento se le acumulan los colectivos con pancarta, da igual empresarios, caseteros o un patio de vecinos. La amenaza de ruina llega hasta la portada del recinto ferial. Un tradicional paréntesis de asueto al que también llegan los rigores de la improvisación. San Lucas merece un cariño que no llega y se le ven las costuras. Tampoco llega el tranvía, no era normal tanta quietud, y ahora con el ruido de sables políticos vuelve la tómbola de declaraciones. El Ayuntamiento aplica hasta el final la táctica de Buzz Lightyear, “hasta el infinito y más allá” o más castizo “por pedir que no quede”. Da la sensación de mal pagador eso de cambiar el trato, cuando los flecos están ya cerrados. Los parroquianos ya barruntaban que las inminentes elecciones serían otro freno de mano para el tranvía. Sabiduría popular.