Indiferencia

14 mar 2018 / 09:22 H.

Las líneas que vais a leer a continuación son causa de una reflexión que llevo haciendo mucho tiempo, son respuestas a preguntas que me he hecho sobre el mayor mal que veo en la sociedad: la indiferencia. Sobre si nos preocupa o nos interesa lo que ocurre en el mundo. Y como consecuencia de toda esta búsqueda, mi reacción de enfado, irritación y rabia. Todo esto me llevó a reflexionar sobre lo que en mi opinión es la peor enfermedad social que vivimos: la indiferencia con todos y con todo, con nuestros trabajos, estudios, con nuestras familias y con la misma sociedad; el sentido de que lo realmente importante lo hemos relativizado hasta el punto que si algo no genera un beneficio propio mensurable, no merece nuestro tiempo y dedicación, por tanto no es importante. Una vez me encontré con una frase que dice que el mundo no será destruido por aquellos que hacen el mal, sino por aquellos que lo miran sin hacer nada. La indiferencia es quizás la mayor tragedia de nuestra era moderna. Está en todas partes. Al igual que un cáncer, ha crecido lenta pero constantemente y ahora hemos alcanzado un punto en el que se ha convertido en la norma. Incluso nos hemos vuelto “indiferentes” a la indiferencia en sí misma. La crueldad y el desapego emocional de los “indiferentes”, y su indiferencia ante el sufrimiento de los demás son tan variados como, ignorancia, miedo, ganancia, poder, control y dominio. Nos han hecho creer que el egoísmo, la individualización y el hazlo tú mismo nos harán parte de la cultura consumista del placer y eso es lo que importa. A eso se reduce todo. Ya es hora de reflexionar al respecto y dialogar para descubrirnos y reconocernos como seres humanos que necesitan de otras personas como sujetos para cambiar el desastre que ya vivimos y lo que nos espera, si continuamos así. En este mundo hay cosas insoportables. Para verlas, hace falta observar con atención, buscad un poco, encontraréis. La peor de las actitudes es la indiferencia, el decir ‘yo no puedo hacer nada, yo me las apaño’. Al comportarnos así, perdemos uno de los componentes esenciales que hacen al ser humano. Uno de sus componentes indispensables: la capacidad de indignarse y el compromiso que nace de ella.