Inversión generacional

24 jun 2016 / 18:00 H.

Según las últimas estadísticas, para cubrir el reemplazo generacional en España harían falta más de setecientos nacimientos diarios. Y no llegamos ni de lejos. Quienes se encuentran en aptitud física para procrear carecen de interés, y no se ponen a ello. No asumen la responsabilidad de engendrar hijos. ¿Por qué? Pues porque ellos mismos se sienten mal (o no tan bien como correspondería a sus expectativas) y porque el horizonte que vislumbran para sí, y para sus hipotéticos descendientes, se presenta con nubarrones. Por eso estamos ante hijos hipotéticos y poco probables. El asunto es serio. Marchamos tan ajustados a la programación que se nos convocará a cada cuál —piensan los jóvenes, emulando a George Orwell—según el grupo a que corresponda a sembrar, a recoger espigas o a moler grano. Cada quien en su tiempo y a su hora. Llevaremos la marca en la lengua y en microchips en el cerebro. Se regulará minuciosamente la concupiscencia. Y cada miembro que nazca será educado como un mono con pantalones (C.S. Lewis), incapaz de comprender que el Atlántico es mucho más que toneladas de agua fría salada, o cómo un cabeza de chorlito para quien el caballo sea simplemente un medio de transporte trasnochado. Quienes recobren la lucidez se suicidarán con medios que aporta el propio Estado. Semejante panorama desarma a los padres potenciales. Y hay un segundo argumento: sin medios económicos, ¿qué clase de infancia se ofrece a los hijos?. Vivimos en la época del “¡Indignaos!” de Hessel. Y luego está el neocapitalismo. El neocapitalismo sabe que puede comprar tierras, minas e industrias. Puede comprarlo todo, y hasta por una, dos y tres veces. Eso no le preocupa. Le preocupa el hecho de que sin hombres y mujeres de recambio tampoco hay actividad ni beneficio. Sea, pues por aquélla causa —noble— o por esta segunda —mercantilista—, urge ilusionar a los padres potenciales y promocionar cada nuevo alumbramiento. El hijo va a producir el mil por uno.