Jaén, aquí

23 jul 2017 / 11:25 H.

No hay que salir demasiado fuera de Jaén, en está aplastante canícula de julio, para que se motive nuestra reflexión respecto de episodios domésticos, perturbadores, trágicos algunos, inquietantes todos, es decir, no es preciso viajar a la Católica Polonia y menos a Venezuela, a ver si, riéndole el chiste a algún mediano dictador, te nombra Juez del Tribunal Supremo de aquellos países. Ni aún más cerca, a revisar semanalmente el monedero de la Generalitat, para controlar si se están malgastando los dineros de la compra en chucherías secesionistas. Hasta la RAE ha contribuido a esclarecer el lenguaje de la expulsión: “idos” es igual que “iros”, a saber, que nos vayamos.

Pero hablemos de Jaén: no me cuestionen que algún bagaje de ignominia lleva aparejada la catalogación del Ayuntamiento de esta ciudad dentro de las cuatro o cinco más al borde de la quiebra, en este país. No es un regalo o tal vez sí para que la misma sea parte de nuestro paraíso interior. Claro, que siempre podrá aducirse que las explicaciones habrá que pedirlas a la gestión de quien fue primer alcalde socialista de la democracia D. Emilio Arroyo, hace más de tres décadas: de ¿por qué este Ayuntamiento ostenta la condición de tieso? Interrogantes irónicos aparte, en el Centro Penitenciario de Jaén existen disfunciones que tienen relevancia en la medida en que la cárcel suele ser, en cualquier país del mundo un reflejo del grado de observancia del estado de derecho. Leo las alegaciones de “Acaip”, Agrupación de cuerpos de la Administración de Instituciones Penitenciarias: la apertura de expediente disciplinario a quien es responsable de este sindicato, D. Pablo Viedma León, funcionario modélico, por atreverse a formular críticas a la gestión del actual director del Centro Penitenciario; él mismo que para no cambiar a distintos departamentos a internos a los que se le habían intervenido objetos punzantes, invoca que los incidentes deben de ser reiterados. Vamos hacia atrás. A mí me recuerda la adopción de tal criterio, el mantenido por un Juez de la década de los ochenta en Jaén que desestimaba la separación judicial (existía entonces una legislación distinta de la actual) porque el maltrato de uno a otro cónyuge tenía que ser reiterado, es decir, que no bastaba con una hostia sino que te exigían varias para que se accediera a la separación. En este parcial despiece de Jaén, un último, un trágico episodio que ha figurado en las portadas de toda la prensa de España: el presunto suicidio del linarense Blesa. No soy nadie para formular juicios de valor respecto de a quien todavía le era aplicable el principio de presunción de inocencia ya que la condena que le fue impuesta por la AN no había ganado firmeza y menos aún por otras Diligencias penales por fuertes que fueses los indicios. Mi reflexión es otra y viene referida a esos prolegómenos mentales o morales que anteceden a que se adopte una decisión tan extintiva del máximo valor del hombre: la propia vida. En varias ocasiones he pretendido indagar por qué personas, admiradas, artistas, escritores, pintores, incluso fuera del acoso de la justicia, han decidido el suicidio. No lo sé, pero barrunto que, en ocasiones, debe de existir como un mecanismo de compensación moral. No me parece justo, ni equilibrado, ni edificante la fiereza de los juicios que emponzoñan las redes sociales sobre este asunto. La decisión de Blesa puede ser compartida o no, así como la presunta inmoralidad de sus actividades pretéritas. Pero yo respeto siempre la muerte, respeto el suicidio. Para mí, al menos, no amen pero que así sea.