Jaén eterno

17 dic 2023 / 09:39 H.
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¿Qué entendemos por eterno? ¿Por qué nos gusta identificar a algo o a alguien con ese adjetivo? Hay en el concepto “eternidad” una capa de futuro que somos incapaces de abarcar con nuestra propia existencia, un tiempo más allá del propio tiempo, una pincelada que conocemos y que pretendemos que nos sobreviva, que permanezca siempre en el alma de quienes convivimos. Cuando de una ciudad se trata nos aferramos a su esencia, al sonido de la fuente junto a la que crecimos, al aroma del árbol que nos vio balbucear un primer amor, a la fachada del edificio junto al que nos apostamos para ver pasar la vida... Ahí nos encontramos con una obra imprescindible: el “Jaén Eterno”, de Francisco Latorre. Con solo divisar, a lo lejos, el dibujo que llena la portada sabemos que formamos parte de la eternidad que proclama. Y es así por cuanto cada una de sus páginas nos asoma a lo que hemos sido, a lo que hemos amado, a lo que nos ha hecho llegar a ser lo que ahora somos y disfrutamos. El autor nos deja acompañarle por castillos, leyendas, amaneceres, sonrisas, paseos, rincones, nostalgias, barrios, secretos y romances que no son sino el armazón de ese Jaén que llevamos muy dentro, de esa tierra de la que nos sabemos miembros, partícipes, elementos que, más allá de la literatura, del poema, del artificio de las palabras íntimamente ligadas a las vivencias soñadas o ancladas a la realidad, llenan ese corazón que nos palpita con golpes de olivo en la distancia.

Francisco Latorre, muñidor de letras, ha sido capaz de entresacar lo más escondido en las entrañas del Jaén que conocemos y, más aún, del que solo sospechamos su existencia, de ahí ese “eterno” que clarifica su intención. El Jaén que existió antes de que nuestras huellas lo hicieran nuestro se mezcla, en irredenta comunión, con el que ahora mismo respira a nuestro alrededor y permite dialogar con lo que nos ha de seguir por los senderos de la historia. El presente, el pasado y el futuro se dan la mano en esta apoteosis de lo eterno bajo la atenta mirada de los excelsos dibujos de Juan E. Latorre. Texto e imagen forman el mosaico perfecto por el que navegar a la busca y captura de la pieza que complete el recorrido. Pasar del crotoreo de las cigüeñas del Berrueco a nuestra Judería, del tesoro de Lopera a un particular Mayo del 68, de un verso de Machado a los sabores del ventorrillo de “La Marteña”, de nuestras vetustas murallas al paseo por la calle Melancolía, de Jorge Manrique a Torralba o del ronroneo enamorado oliendo a azahar al dulce sonido de una flauta de fábula son algunas de las emociones que nos aguardan escondidas entre las páginas de este “Jaén Eterno” al que no podemos por menos que hacer nuestro para conseguir la parcela de eternidad que merecemos en esta tierra tan olvidada, denostada e incluso despreciada. Ha sabido el autor sobrepasar el frágil equilibrio de sus ojos con lo que, de verdad, podemos alcanzar retina en ristre y nos muestra una visión preclara de un Jaén a veces soñado, a veces dormido, en ocasiones, pocas, levantisco y siempre bañado en la luz de la eternidad merecida. Alguien dijo una vez que lo esencial es invisible a los ojos y, nosotros, tras la lectura de estas páginas, lo aseveramos y aplaudimos. Jaén merecía esta obra que lo inscribe, precisamente, en lo eterno. Y más allá.

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