Jaén, ladrillo caravista

20 ene 2017 / 12:22 H.

Un servidor, que algunas tardes se vuelve andarín, piensa que para vivir con salud en cualquier ciudad hay que saber pasear. Cuando hace mucho frío como estos días, todos tenemos por la calle un modo encogido y serio de movernos y cuando llega eso que llaman el buen tiempo nos estiramos y parece que revivimos. Ayer vagué por las calles de mi Jaén como alma en pena, mustio por el frío; sin bullicio, sin niños, sin terrazas que impidieran el paseo, sin empellones, nada. Solo nuestra ciudad y su contemplación me evadieron de mi mismo. Uno de los pensamientos y reflexiones que me trajo ese paseo fue el de los nuevos modelos constructivos y urbanos. Observando nuestra ciudad uno se da cuenta de hasta qué punto se ha destruido nuestro patrimonio inmobiliario. No nos puede consolar el que haya sido algo generalizado en toda España, aunque afortunadamente hay excepciones donde autoridades y ciudadanos pusieron freno a tanta destrucción del patrimonio de todos. Desgraciadamente no ha sido así en nuestra ciudad. A nivel nacional, lejos de mejorar esos modelos anteriores, los han devastado y devorado. Hemos terminado viviendo en el país con el patrimonio inmobiliario más renovado de toda Europa. Hay un dato escalofriante, por poner un ejemplo, si comparamos el número de viviendas anteriores a 1940 en nuestro país y Alemania, contamos con un porcentaje menor que un país que fue arrasado por la Segunda Guerra Mundial. A la vez que tenemos el récord en destrucción de nuestro patrimonio inmobiliario por demolición y ruina, tenemos también el récord europeo en viviendas secundarias y desocupadas. Y lo que es peor, ni siquiera se cubre la necesidad de vivienda de la población. Especulación sin control, reducción cada vez más de la vivienda social, patrimonio inmobiliario de mala calidad, sobredimensionado e ineficientemente utilizado. Saquen ustedes sus propias conclusiones. Ver los casos que por fin llegaron a los tribunales tampoco nos debe servir de consuelo ni para ignorar el grave problema de fondo, esa corrupción heredada del despotismo de la dictadura y de una poco modélica transición política que recolocó, bajo una apariencia democrática, a las élites de poder, que siguen decidiendo y favoreciendo ese gran negocio de unos pocos y de espaldas a la ciudadanía. Aunque nos duela, debemos ser conscientes de que la corrupción prospera casi siempre con cobertura legal. Y al igual que en otros tiempos, las administraciones públicas siguen contaminadas y parasitadas por los intereses partidistas y empresariales, trabajando unos a favor de los otros con una normalidad espeluznante. Estamos en la evolución del caciquismo hacia el neofeudalismo, la concentración oligárquica del poder de unos pocos que utilizan en beneficio propio los instrumentos del Estado, son capaces de conseguir recalificaciones, concesiones, proyectos y crear dinero financiero, y con respecto al negocio inmobiliario y recalificaciones de terrenos consiguieron libertad para intervenir sobre el territorio mediante normativas que lo posibilitaban con el acuerdo de los políticos y la ignorancia o el silencio de todos nosotros, de la ciudadanía. Por supuesto que hay alternativas. La primera, ahora que está de moda hablar de pactos de Estado, sería involucrar en ese pacto a todos los sectores y políticas, además de empezar a apostar de verdad por la rehabilitación frente a la construcción nueva, la arquitectura acorde con el entorno frente al estilo horrible que impera desde hace décadas y que llaman universal, entender la vivienda como lo que es, un bien de uso frente a la vivienda como inversión, aumentar de una vez por todas la vivienda social frente a la vivienda libre, la vivienda en alquiler frente a la vivienda en propiedad, la rentabilización a través de rentas y no de la especulación. Solo hay que mirar otros modelos como hay en Europa y que son una fuente de estabilidad económica sin obligar a demoler el patrimonio o a la obra nueva. Modelos que se basan en la demografía y en las rentas de que disponen los que han de pagar alquileres.