Julio Cámara Romero “ad perpetuam memoriam”

19 jul 2016 / 19:00 H.

Por una vez se hicieron las cosas bien. Hoy hace un año de aquella calurosa mañana en que no lo enterramos, sino que fue sembrado en tierra tosiriana, como le hubiera gustado, con exequias, respeto y cantes; la simienza está dando frutos: el pasado viernes un numeroso grupo de personas, familia, amigos pontaneses y tosirianos, con la Corporación Municipal al frente, descubrieron la placa que rotula la calle “Julio Cámara Romero” en el testero oriental de la Iglesia de San Pedro, céntrica y en pleno casco antiguo. Acto seguido, en las dependencias del Castillo, a tiro de piedra de su calle, del templo y de la casa que lo vio nacer, se inauguró una exposición antológica de su obras.

La elección no pudo ser mejor, el rótulo está sobre el muro de la Parroquia Mayor, en su calle, la capilla del Santísimo y la excrecencia pétrea del muro que guarda en su interior a María Santísima de las Angustias; religión, historia y tradición; superada su timidez, le hubiera gustado. Preparada con esmero por sus amigos, la exposición es una síntesis de su obra, epítome de los campos artísticos que Julio cultivó, los modos multiformes de hacer belleza; es representativa de su producción artística: desde el dibujo de su amigo Eugenio en una servilleta, hasta el precioso mural rociero inacabado, con forzados y sencillos mulos que hubieran llevado el Simpecado que se atisba a carboncillo. Es difícil que vuelvan a reunirse las obras expuestas, muchas privadas; algo cogieron del estilo del maestro quienes cuidaron con cariño la presentación —Juan, Paco, Gil, Tomás, Antonio— se aprecia en la minuciosidad, el ajuste temático y hasta cierto abigarramiento, por ello, para verlo todo bien y valorar detalles, hay que dar tres o cuatro vueltas sosegadas a lo expuesto.

Esta vez no pudo escaparse, como cuando dejó a los de la tele con dos palmos de narices, se perdió, se quito del medio; los actos de su calle y del castillo —estoy seguro— los observaba irónico y displicente, como Julio era, tarareando una musiquilla, apoyado en la baranda del cielo, creí ver una estrella emocionada; solo le dieron ganas de bajar, cuando en la fuentecilla, los —sus— invitados tomábamos una cerveza en la casa del Nazareno.

Pese a que hoy es su aniversario no cabe una “laudatio” al uso, de eso ya se ha dicho todo; la celebración fue festiva, sus aún apenados familiares recibieron felicitaciones de los concurrentes y —en su dolor— estaban felices, ¿verdad Elvi? Pues Julio vivirá para siempre en sus obras, en el callejero tosiriano y en el corazón de cuantos le conocimos. Se acabaron los panegíricos, los obituarios que tan poco le gustaban; el autor polifacético da frutos y necesitará quien lo estudie, quien lo divulgue porque los hombres del mañana, pontaneses, tosirianos, de todas las Andalucías precisan saber quién y cómo era, un hombre sencillo, autodidacta, enciclopédico y renacentista, que sembramos en Torredonjimeno, en sazón, cuando no se había cansado de hacer cosas bellas.