Kitt, te necesito

12 ago 2017 / 11:19 H.

Tulipán negro está de vuelta, nunca se fue. Siempre es necesaria una buena dosis diaria para civilizarnos, desprendernos del olor animal y presentarnos sin mirada de lobo en la oficina. Quizá junto al aseo personal, y antes del desayuno, fuera recomendable también una lectura diaria para liberar toxinas y salir de casa con una sutil fragancia en el cerebro que limite los daños del exterior. Así podríamos hacer frente con garantías a las cadenas de whatsapp, a las ofertas urgentes que buzonean nuestra cabeza, a las soflamas políticas envueltas en piel de cordero y al relato de los cantamañanas de cada día. Son las buenas intenciones, los propósitos de enmienda del periodo estival, del puente más largo del año, las listas con las que ordenar el caos que vendrá. Cosas propias del verano, el refugio temporal en el que nos agazapamos para “hibernar” los humanos. Al contrario que otros bichos, nosotros cogemos grasa suficiente durante estos meses, intentamos, al menos, desconectar de la rutina de la selva e, incluso, tenemos tiempo para mirarnos ante el espejo y oler a la persona que tenemos al lado, con el peligro que eso conlleva. No todos los humanos salen vivos de un verano, el ejercicio de vitalidad al concentrar en unos días todo lo pendiente del resto del año fatiga, estresa y convierte en yincanas las jornadas. Ponemos distancia sobre los problemas, aunque a la vuelta de la orilla, la montaña y aquella ciudad cuyo nombre ya olvidamos, nos esperan con puntualidad británica para tomar el té de las cinco y enturbiar el sueño. Una “vigorexia” veraniega que nos lleva de un lado a otro, como pollos sin cabeza, que llena el disco duro de un montón de imágenes que no perdurarán... aunque las guardemos a la espera de que produzcan en nosotros un efecto lisérgico cuando las volvamos a ver en lo más crudo del frío invierno. Yonquis de emociones, dispuestos a divulgar nuestra frenética actividad a cualquiera que se cruce por la acera.

Pero en este tiempo dilatado, siempre se puede recuperar un espacio para no hacer nada, para dejarse llevar por las musarañas para distraerse con un juego, sin saber siquiera que se participa. Para volver a eso que llamamos nuestras raíces y que —aunque en muchas ocasiones son solo poblados construidos a retazos de nuestra caprichosa imaginación— siempre tienen un efecto terapéutico para los corredores sin meta que somos. El verano como aquel paraíso perdido que intentamos frecuentar para no perder el hilo de lo relevante. Piscina de cal, primos y “El coche fantástico” en una rutina de bicicletas, chapuzones y vuelta a empezar. Con huecos libres para el normal aburrimiento. Y, si acaso, al caer la noche tiempo para dejarse llevar hasta donde te dejaran ir aquellas faldas. El toque de queda se relaja en verano, como la etiqueta. Era lo bueno de los planes únicos, que te amoldas con facilidad a ellos. Que se lo digan a los norcoreanos. Al no estar acostumbrados a la dictadura de las actividades extraescolares, en aquellos veranos ya estabas doctorado en una correcta planificación del tiempo. Nadie en casa te hacía un cuadrante para motivarte y llenarlos de actividades. Se sabía perder el tiempo y si amenazabas como las chicharras en propagar tu aburrimiento, un manotazo a tiempo nos disolvía como a moscas cojoneras. Ahora ni una partida extra motiva lo suficiente, los recreativos cerraron y con ellos esas mezclas imposibles de cuadrillas que te jaleaban en la última pantalla del juego, se mofaban cuando te hacían la “cuchara” en el futbolín o mostraban cierto respeto en aquella fabulosa y azarosa carambola que, dada tu seriedad, todos entendieron por estudiada. Una holgazanería natural, la sabia mezcla de la calle, de la pachanga de todos contra todos. La selección natural vendría después, pero en esos terrenos, los padres dejaban hacer, no les daba por seleccionar amistades y linajes para pulir su diamante. Pero ya nos lo advertían en aquella serie: “La trepidante aventura de un hombre que no existe en un mundo lleno de peligros”. Kitt, yo también te necesito.