La aguerrida “vía del patuco”

01 abr 2017 / 10:34 H.

Desbocado, viene desde Porcuna, la antigua Obulco, dispuesto a ser algo más que una figura de piedra ibera en la pugna por hacerse con la presidencia del PP en la provincia. Barruntaba, desde hace semanas, y así lo manifestaba a cualquiera que quisiera oírlo, que denunciaría públicamente las veladas, o no, amenazas a miembros de su candidatura por parte de integrantes de la dirección provincial. Miguel Moreno, laureado por aquello de ser el alcalde más votado porcentualmente del PP en la provincia, cruza el río Rubicón como César y así comprueba, mojado como está, que “Alea jacta est”, es decir, la suerte está echada para él y para todos los que decidieron salirse de su territorio para enfrentarse al todopoderoso Pompeyo (Fernández de Moya) y acudir a Roma (Jaén) para presentar batalla. En un avance de la legión, el alcalde de Albanchez, Alejandro Morales, se personó ayer en la sede del PP, en la calle San Clemente, para comprobar “in situ” cómo se le negaba documentación relacionada con el reglamento de los estatutos provinciales y los integrantes de la junta directiva provincial. Lo hizo, acompañado de una guardia pretoriana de primera, la fuerza de un notario. España se mueve así, por requerimiento notarial. Esta guerra civil, de momento incruenta, y que se negará con el tiempo, es el último episodio de una vieja contienda soterrada entre el PP capitalino y uno provincial que lleva décadas sintiéndose desatendido, huérfano del calor de una madre. Ajeno al discurrir orgánico, al poder que emana de él y que no fluye ladera abajo.

Así que la “vía del patuco” —elemento terrenal y diferenciador frente a los brillantes zapatos castellanos— se nutre de una disidencia ante los hechos y las formas, a la que ponía relato sosegado, hasta ayer, el alcalde de Porcuna, “doctorando” en política provincial en la Diputación. En ella se agrupan un nutrido grupo de “resentidos” o “traidores”, que así dicen que los denominan en la capital, entre otros improperios. Bien que nos gustaría citar aquí cualquier bello poema de Miguel Hernández con motivo del aniversario de su muerte y, sin embargo, cometeremos la aberración de traer a colación un verso más que suelto de la melodía del momento “Despacito”: “Ya, ya me está gustando más de lo normal. Todos mis sentidos van pidiendo más. Esto hay que tomarlo sin ningún apuro... Despacito”.

A Miguel Contreras, a la fuerza activo, como vicesecretario de Organización del PP, le tocó salir a la palestra para pedir una pronta rectificación de su compañero de bancada, “por sus desafortunadas declaraciones carentes de veracidad”. Y, además, le conminó a actuar con tranquilidad (despacito) ante el proceso congresual nada tranquilo que se avecina. Pompeyo abandonó Roma, pero Fernández de Moya, muy presente estos días en la agenda política jiennense, tiene presencia activa y también una trabajada legión de seguidores para contrarrestar los movimientos en redes sociales del clan del terruño. Una estrategia tildada por la oficialidad de “chabacana”, bonita palabra, pero que surte efecto. Las metáforas crecen bien siempre que haya un buen sustrato, una base en la que echar raíces. En cualquier caso, la vía onírica, con patucos o sin ellos, queda atrás para enfrentarse cuerpo a cuerpo.

En la exitosa serie francesa “Les Revenants”, los muertos “vivientes” retornan para mezclarse con los vivos, pero sin rasguño alguno. A mi falta de sueño pongo por testigo que estos resucitados sí que dan escalofríos. Sin necesidad de sangre, con su mirada algo perdida, congelados en el tiempo (vuelven como se fueron), dispuestos a ocupar su sitio, a retomar viejas amistades. En los primeros capítulos, algunos no saben ni tan siquiera que están muertos y eso, al principio, les hace vulnerables. Mas cuando descubren su nueva condición, sin miedos terrenales, se vienen arriba. Es lo que tiene saberse muerto.