La alegría de la huerta

31 ago 2017 / 10:55 H.

Siendo optimistas, la vida siempre trae algo nuevo, pues no hay motivo para pensar lo contrario. Cada minuto que pasa nos espera algo jamás visto, un camino desconocido por recorrer. Entendamos, una aventura. Más para mal que para bien, sin embargo, la falta de lluvias ha provocado que las hortalizas escaseen y, además, que suban los precios. Todas las aguas superficiales se han secado. Los ríos, por su parte, al mínimo. El resultado, una pena: en la huerta los tomates, los pimientos, los pepinos, las berenjenas... casi desvanecidos o completamente arrancadas las plantas, por falta del líquido elemento, a no ser que se esté al lado de un buen pozo o un caudal seguro. En fin, se me argumentará que nada de esto es nuevo, claro, pero sí lo que se avecina, no una simple sequía, una temporada inestable, o un simple capricho de la naturaleza. ¿Cómo comprender realmente lo que está sucediendo a escala global, y en qué manera estamos determinados o somos responsables? Cuando digo “somos”, ¿a quién me refiero? ¿Qué queda del individuo cuando se diluye en la ideología dominante, en la masa informe, en las corrientes de opinión y la pérdida de vínculos que nos invade? Curiosamente nos encontramos ante una paradoja del capitalismo: mientras más anónimos nos volvemos, más se habla del individuo como ente constitutivo del liberalismo. O sea, que cuanto más profundizamos en nuestros procesos de liberalización, y paralelamente vamos perdiendo los vínculos sociales que nos unen, menos fuerza adquirimos como entidades singulares. No se puede entender al individuo sin la sociedad, y al revés. Los intentos de desconectarlos son pura confusión, cortinas de humo. Como si se hubiera desemantizado al individuo, como si se le hubiera vaciado, como si hubiera extraviado su significación. Seguimos aquí, de acuerdo, pero ¿a qué nos hemos reducido? ¿Con qué ideología se nos ha rellenado? Apenas nos llegamos a definir como carne de consumo, sospecha, demérito y podredumbre. Casi autómatas. Y valores como la amistad, la lealtad o el equilibrio con la naturaleza se han convertido en reliquias, entelequias sin sentido en un mundo de intereses y rutilantes estrellas fugaces, fama y golpes de efecto, o sensación de vivir. Por eso, cuando se pierden las tradiciones, caen no una aquí y otra allá sino todas de golpe, convirtiéndose la amnesia en un problema generalizado.

La luz va desapareciendo y vamos perdiendo poco a poco su felicidad, las nubes han cubierto parcialmente el cielo, han bajado las temperaturas, y el verde deja lugar al amarillo, a los tonos ocres. Ya nada es lo mismo: llevar una chaqueta cambia nuestra percepción, y aunque no llueva, y aunque el clima esté cambiando, nos aferramos al amor como si aún fuera posible, a nuestras tradiciones como quien quiere disfrutar del ocio, y a eso que queda por apurar en este mes de septiembre que entra deshilachado, inconexo, ni verano ni otoño, para acabar con las vacaciones y dar comienzo al curso escolar, la rutina, lo cotidiano que retorna. Ya nada es lo mismo. Y aunque todas las épocas del año tengan sus cosas positivas, y aunque el verano sea lo mejor sin duda, ahí vienen, como un consuelo para este tiempo de oprobio y desesperación, acelgas y espinacas, calabazas y granadas... esperando con muchas ganas los membrillos, las naranjas... y ya bien entrado el otoño, los caquis.