y la política

18 dic 2016 / 11:14 H.

Pilar Belart viajaba por una carretera de Tanzania en un autobús desvencijado. De pronto escuchó gritar a una mujer. Nadie prestó atención ni auxilio; sólo cuando terminó el viaje y ya no había remedio. En realidad, lo que había sucedido es algo habitual. El hijo de esa mujer había muerto durante el viaje y las otras mujeres a bordo, al ser preguntadas, corroboraban un cruel, infeliz y trágico destino que golpea con mano dura a los pobres, abandonados a su suerte en la penuria y la miseria, en África: ella, la mujer que gritaba, debe saber que nuestros hijos suelen morir. Pilar es miembro de la asociación Se puede hacer, una ONG pequeña y poco conocida. Forma con otras muchas una tupida red de trabajo y compromiso social en Jaén y en España. Contaba esa historia ayer, en un acto de de reconocimiento de Diario JAÉN a estas organizaciones que trabajan fuera y dentro de la provincia.

Otro relato de Ana María Corral, presidenta de la asociación Alma y vida, ha sobrecogido a los presentes. Madre emocionada mientras contaba cómo buscó a madres y padres que estuvieran soportando su mismo drama, la pérdida de su hijo, para salir adelante, aprender a vivir el duelo y reordenar sus vidas. Sor Rosalía conoce muy bien esa erizada trinchera en la que se lucha contra la adversidad, la enfermedad o la persecución. Esta monja de la Residencia Siloé, que habla pausada y sonriente, tiene una cualidad innata para transmitir entereza y serenidad. Así, provocando una sonrisa, ha conseguido que Abdulaye Kebe, un joven atleta subsahariano con un físico impresionante que acomoda en su silla de ruedas, le permita contar parte de sus historia, de cómo cayó por la valla fronteriza con Marruecos y quedó en ese estado. Cuando en el país norteafricano presionan a los inmigrantes, sólo quedan dos alternativas.

–O te tiras al mar o saltas la valla–, dice sin titubear Sor Rosalía.

Abdulaye fue agredido durante el salto de la valla y ahí perdió, de momento, su sueño de ser jugador de baloncesto en Europa.

–Es altísimo–, dice Sor Rosalía mientras cruza una sonrisa con Abdulaye, quien antes había dicho en buen español que podía “contar un poquito” sobre su historia. El padrinazgo de esta ciudadanía comprometida del Tercer Sector ha sido del Padre Ángel, el sacerdote que predica con el ejemplo. La acción para mejorar la vida de estas personas, las olvidadas, las que sufren, las invisibles pese a que viven con nosotros, a la vuelta de la esquina, y no en la pantalla del televisor, es el trabajo de las ONGs, viene a decir el sacerdote. Y la palabra para contar lo que ocurre es el deber ético y profesional de los periodistas.

–Me quedo con los que en vez de concertinas dicen cuchillas–, relata con la naturalidad de quien reza un salmo social que mueve conciencias, conocimiento y energías.

–En el periódico nos esforzamos por contar estas historias, miles de ellas de gente heróica como vosotros–, ha dicho Manuela Rosa redactora jefa del periódico. Como Basilio Dueñas, cirujano de muy buenas manos, ya jubilado, cofundador de Quesada Solidaria, la asociación que lo mismo opera y presta otros cuidados sanitarios, que monta un hospital o cooperativas allí donde desarrolla proyectos.

El Tercer Sector es una respuesta organizada de la sociedad para afrontar los problemas de cientos de miles de conciudadanos a los que la vida se les trunca por diversas causas, la mayoría sobrevenidas. Lo subrayaba ayer también el padre Ángel, que lidera Mensajeros de la Paz.

Ciertamente llegan donde no lo hacen las administraciones y donde nunca van a llegar, porque determinadas respuestas son sólo privativas de la sociedad, ineludibles e instransferibles. Pero esa legitimidad de organizarse y exigir medios para cambiar una realidad adversa que no exime de responsabilidad ni a la administración ni a la política. Precisamente demanda políticas y especialmente sería necesaria una concertación social con el Tercer Sector. Sus plataformas, en sentido estricto, no tienen ni el estatus ni el reconocimiento de agentes sociales, cuando lo son sin paliativos. Los agentes sociales y económicos son llamados, cuando no la reivindican, a la concertación social por los poderes políticos del Estado. Herramienta fundamental para el desarrollo, que no tiene equiparación con el tratamiento objetivo que se da al Tercer Sector, quien aglutina con sus organizaciones a miles de socios y voluntarios, tantos o más como militantes o asociados pueden tener los agentes citados.

La pobreza y la exclusión social requieren de un respuesta concertada exigida por la propia sociedad a la que se deben adminitadores y agentes. Además de las políticas contra el paro, primera acción para la solución del problema, y de las educativas y sanitarias, la reconstrucción de una red potente y eficaz de servicios sociales de base es perentoria tras la demolición de buena parte de sus recursos y estructuras por las políticas anticrisis, esto es: la del recorte presupuestario en toda línea. Y en la misma dirección que el mecanismo de concertación en las autonomías y el Estado es necesario articular mesas de concertación, no voluntaristas, que promuevan y formen acuerdos con traducción presupuestaria para atender el trabajo y los proyectos de estas organizaciones no gubernamentales y que también refuercen recursos en las administraciones autonómicas y municipales.

La falacia consiste en decir que estamos saliendo del cataclismo, que el mar ya está en calma, mientras cientos de miles de personas se ahogan, no sólo en las playas de paraísos que no lo son, sino en esos mares interiores donde los pobres no se ven, no se sienten. Salvo que mueran, como la anciana que falleció en Reus en un incendio causado por las velas con las que se iluminaba. Le habían cortado la luz por impago. O el mendigo extremeño encontrado muerto ayer en su lecho, a la intemperie, envuelto en esas mantas y cartones que tapan nuestras vergüenzas. Se llamaba Paco, nació en Bélgica hijo de padres españoles. Vivió en Sevilla y un día apareció por Badajoz. Le encontraron muerto tendido en su colchón, al cielo raso. Un desgraciado hecho puntual, dirían los partidarios de no dramatizar sobre una tragedia evidente, como la de la anciana que se iluminaba con velas, o como el episodio fronterizo que mantiene a Abdulaye en una silla de ruedas. Ha cambiado mucho el panorama y las políticas sociales; ya se desterró la beneficencia; ahora hay servicio público, dirían igualmente los que quieren poner el foco sobre el vaso medio lleno, en vez del medio vacío.

Al igual que los letrados y juristas hablan de invertir la carga de la prueba, es perentorio invertir la carga del discurso político, sin medias tintas. Salvo excepciones de rigor, no hay gobernante o gobernanta que no cargue la prueba sobre proyectos o medidas puestas en marcha o por hacer antes que entrar, aún a riesgo de inmolarse, en la cruda realidad a la que precisamente intentan parchear políticas poco estructuradas y mal dotadas de medios. Datos y estadísticas ofrecen ejemplos precisos. El paro y sus datos son una muestra. Cualquier variable sirve para enmascarar la cifra total en favor de porcentajes que se resuelven por décimas, cuando no por tendencias de la serie. Lo mismo ocurre con la rotundidad de cifras y porcentajes que se extraen de los informes sociales sobre condiciones de vida. A estos hasta se les deslegitima porque lo hacen las ONGs, sea Cáritas, EAPN o Cruz Roja, cuando su matriz está en las tablas de la estadística oficial, las del INE. Hasta les pasa algo parecido, pero en menor medida, a esos informes de los prestigiosos gabinetes de estudio de los grandes bancos, cuando molestan evidentemente.

Invertir la carga del discurso político para asumir la realidad que ejemplifican las cifras, para la autocrítica y el análisis, para instrumentar politicas que conciten mayorías politicas y sociales en torno a ellas. Y no se invertirá este discurso que toma la parte y solapa el todo hasta que la conciencia política no sustituya, o mejor destierre, el tacticismo y la estrategia para seguir ganando, o para intentar ganar el poder que no se tiene. Pero tampoco si no sube el voltaje de la conciencia crítica de la ciudadanía, de su nivel de exigencia, de esa manga ancha, de las tragaderas con las que asumimos desgracias propias o ajenas, cuando no conductas delictivas por corruptas, negligentes, irresponsables o cuando se incumplen de forma flagrante los compromisos adquiridos con los electores.

El Tercer Sector muestra el músculo que es capaz de tener una sociedad con conciencia, con decencia y con dignidad. La realidad que nos ponen ante nuestros ojos no es un cuento inventado, una deformación de esa propia realidad, ni una exageración; tampoco un mala interpretación estadística por falta de pericia. El primer problema es la atonía social, la complacencia, la resignación, el inmovilismo. Y la politica es un dibujo muy aproximado de lo que somos. Luego encadenamos el paro, la educación, la sanidad y los demás problemas que nos preocupan en ese ranking demoscópico que nos sirven habitualmente. Así llegamos al final del año, a la fiestas de la Navidad que, con el debido respeto a sus tradiciones, y motivaciones, ejemplifica la conciencia estacional que nos redime una vez al año lavándonos principios y compromisos con un kilo de arroz o un litro de aceite donados a una de estas organizaciones. Hasta se ha invertido también eso que llamamos el espíritu de la Navidad, que el marketing ha convertido en una gran estrategia para el consumo. El cuento de Navidad tiene una frase corta, la limosna, para el pobre. Con la limosna no llega. Tampoco con la lotería del Gordo en este escenario socio-económico. Conviene recordar cifras de Jaén, Andalucía y España.

Invertir la carga del discurso en Jaén es reconocer que tenemos problemas, que no son sólo nuestros y de los que no podremos salir sin el concurso de las administraciones autonómica y nacional. Tenemos sobrada conciencia de la gran tierra en la que nacimos y vivimos, de lo que somos capaces de hacer, de lo que ha cambiado la provincia tras años de democracia y de instituciones democráticas. No lo olvidamos, como no olvidamos nuestros patrimonios, ni nuestra identidad provincial; el hecho de ser jiennenses, quizá aceituneros altivos y el espíritu que de ello debería derivarse. Ayer, en ese tributo a las ONGs, subrayamos que somos la tercera provincia más solidaria de Andalucía, y que hay casi 30.000 jiennenses en el voluntariado. Pero no solapemos con ello que tenemos una de las tasas de paro más altas, que supera el 30 por ciento, y un alto índice también de riesgo de pobreza. Un ejemplo de un reciente informe del grupo AIS. La tasa de pobreza, dice el estudio, se ceba en los municipios del sur de país, en los nuestros, entre ellos Linares, con un 36,5% de su población en riesgo de pobreza. Linares, por dónde debería comenzar, entre otros, la reconversión de la crisis, la reindustrialización. Y con Jaén, Andalucía. En el informe de la EAPN, siglas en inglés de la Red de Lucha contra la Pobreza y Exclusión Social de Andalucía, sobre le Estado de la pobreza en la región, nos sitúa como la comunidad con un índice de riesgo de pobreza más alto, cifrado en un 43,2 por ciento de la población. Informe del pasado mes de octubre con datos del INE y de la Encuesta de Condiciones de Vida. Informe que utiliza la llamada tasa AROPE, en la que se conjuga la pobreza económica, la exclusión material y la situación laboral para sus análisis y conclusiones.Hablamosde 3.600.000 personas, entre ellas miles de jiennenses.

El padre Ángel habló ayer en tono crítico, con esa serenidad que le dan su fe, su convicción y sus años. Fraterminad y amor dijo al referirse a un mensaje del papa Francisco, mensaje para los que creen.

–Y de los que no creen, Francisco dice que al menos nos manden buena onda–, dijo con una sonrisa. No se refería, creo, sólo al credo religioso. Tomen nota los cancilleres.