La distribución de la riqueza

11 may 2017 / 10:17 H.

Después de muchas cavilaciones, parece que los bancos son necesarios. La riqueza que el hombre genera tiene que guardarse en algún sitio, y lo del colchón —aunque se siga practicando— es más bien algo sin sentido a efectos prácticos. No por especulación, sino por seguridad, que pudo haberse convertido en la primera causa para su salvaguarda. Incluso los —mal— llamados regímenes socialistas, con sus carencias y defectos, contemplaban en sus programas la nacionalización de la banca, y algunos partidos políticos lo siguen proponiendo hoy. Ya desde la acumulación originaria —un mito como el de Adán y Eva— se sentaron las bases que propiciaron que el sistema, en sus mutaciones, haya evolucionado siempre en beneficio propio, perpetuándose y regenerándose de manera que se prepara a sí mismo el terreno para transformarse. Sobrevivir, una vez más. En cualquier caso, sus configuraciones históricas y sus formas primitivas de explotación, desde la lucha con los señores de la espada y los gremios feudales, hasta las actuales estructuras de ingeniería financiera, no han cerrado el proceso. Pero, ¿cómo contabilizar la riqueza creada? Ahora, por ejemplo, con el principio del fin de la crisis, nos repiten que las cosas van mejor. Sin embargo, no hemos alcanzado el nivel de salarios paralelo a la recuperación económica: ¿Dónde están los beneficios alcanzados? Así que, ¿Cuándo goteará la calderilla a los trabajadores? Lo que caiga se convertirá en lluvia ácida, puesto que no existe ningún indicio de que desemboquemos en nada distinto. Muy al contrario, el envilecimiento de las relaciones laborales se recrudece. De nuevo se trata de buscar la dignidad —la indispensable autorrealización del ser humano— a través del trabajo, de que el esfuerzo individual tenga una recompensa que no nos aísle, y que en la suma de las voluntades se halle la felicidad colectiva. En sus tesis, el liberalismo plantea que una mano invisible regularía las tensiones y distensiones. En su centro se halla el egoísmo como motor, y ese es su credo, fuente de todos los dogmas y doctrinas, que nos rige. La empatía con el egoísmo del otro (hay que acentuar la frase “dame lo que necesito y tendrás lo que deseas”) y el reconocimiento de sus carencias, se encumbraría como el modo de satisfacer las necesidades propias. Obviamente aflora una contradicción profunda en el seno de nuestra ideología, ya que no sabemos pensar fuera de la lógica que nos dirige, y sería absurdo erigirnos en profetas de la rebeldía, concepto ya muy trasnochado, con causa o sin ella. A lo sumo, algunos intersticios nos dejarían pensar desde la crítica... ¿Qué es la crítica desde la comodidad, desde la vida muelle, desde el consumismo o la mala conciencia? Por eso he dicho que después de mucho pensarlo, los bancos parecen necesarios. Puede ser... También habría que considerar nuestra repulsión y hechizo por los dineros —siempre en plural— como sus características esenciales, ese olor nauseabundo que dejan los billetes y monedas cuando los tocas, y esa atracción inherente. Ya se sabe: Ninguna sociedad puede ser próspera ni feliz si la mayor parte de sus miembros son pobres y miserables. Lo que sucede, por tanto, no tiene —ni tendrá— buenas consecuencias. El asunto sigue estando en la distribución de la riqueza, ese bien inmaterial que acaba traduciéndose en oro. Y en esas estamos.