La elegancia del ausente

19 ene 2016 / 09:33 H.

Los futbolistas van de corto. Las novias de blanco. Los curas de sotana. Los policías de uniforme y las doctoras con bata blanca. Los reyes son magos y las reinas son inglesas. Los niños deben jugar y los mayores trabajar. Y, los señores representantes del pueblo que discuten cómo gobernarnos, deben ir elegantes. Y elegantas, que dirían antaño. Es mi opinión. Creo que los vaqueros, los jerséis del botellón y las zapatillas, son para los sábados tarde. Como mucho, por la noche. Bendita libertad. Bendita democracia. El pueblo es soberano y sabio. Y elige. Además, que vale lo mismo un voto de un empresario que tiene y mantiene a mil empleados que el de un estudiante que ha repetido tres veces el Bachillerato. Todos somos iguales ante la Ley y la Justicia. O debemos serlo. Para todo. Pero la línea que transgrede las normas, con ese velero que cruza la frontera y pasa de las aguas internacionales a las jurisdiccionales, es tan liviana como efímera. Y al que la traspasa, voluntaria o forzosamente, hay que llamarle la atención, recordarle que hay unas reglas del juego, unas cuestiones básicas de convivencia que cumplir. El protocolo. Ese que nos hizo mayores, que nos permite dar las gracias y ceder el asiento a los mayores en el bus. Escuchar cuando hablan los demás. No mentir. Actuar solo en el teatro o para hacer reír a los inocentes niños (en ocasiones hasta se juntan todas las circunstancias, y hay niños en los sitios en los que se hace teatro). Educación. Disciplina. Bien entendida cuando es bien emitida y sabiamente asimilada por el receptor. Respeto, ese que solemos exigir y olvidamos sentir. La vieja historia de los derechos de uno inundando las libertades del prójimo. Honor. Amor. Libertad. Respeto. Qué grandes palabras. Yo, no me pongo el pijama para trabajar, ni el traje de chaqueta para correr. No voy a una boda en bermudas, ni con esmoquin a la playa. La imagen de un congreso inundado de humanidad puede resultar contraproducente. El pueblo al poder. Pero el pueblo, ¿sabe poder?