La flecha en ARCO
Desde que Duchamp propuso su famoso urinario en 1917 con el título de “La fuente”, el arte dejó de ser lo que era. Si bien los movimientos estéticos siempre se habían sucedido rompiendo con lo anterior, ahora parecía que con lo que se había roto era con la historia del arte en su totalidad. John Cage escribió una partitura que consiste en más de cuatro minutos de completo silencio, al cabo de los cuales la gente aplaude entusiasmada de haber oído nada. Piero Manzoni enlató 30 gramos de su propia defecación en cada una de las noventa latas que se vendían al precio de 30 gramos de oro. De eso hace ya más de medio siglo, con lo que hoy apenas sorprenden las recurrentes noticias en las que una mujer de la limpieza tira una obra de arte de miles de euros. Como estoy seguro de que tienen un móvil o un ordenador a mano, les pido que echen un vistazo, si no lo conocen, a cuanto acabo de decir (la obra de Cage se llama 4´33´´; la de Manzoni, “Mierda de artista”; y luego tecleen en su buscador “limpieza tira arte”). Ahora, podemos continuar.
Reconozcámoslo. Quienes no pertenecemos al mundo (hoy se dice “mercado”) del arte, sentimos un cierto desasosiego ante las manifestaciones artísticas de nuestro tiempo. Cuando leemos noticias sobre los aspirantes al premio Turner de la Galería Tate de Londres, cuando visitamos el Pompidou de París o cuando asistimos a un reportaje sobre ARCO, que acaba de celebrar una edición exitosa, componemos un gesto que muestra que nuestra relación con el arte no es nada cómoda. ¿Se están quedando conmigo?, ¿soy un analfabeto artístico, como los hay digitales?, ¿pido que me devuelvan el dinero de la entrada?, ¿necesitaría una audioguía que me explicara esto?, ¿habrá alguna cámara oculta?, ¿es esto arte?, ¿y qué lo diferencia de lo que no lo es?
Sin duda, el lector interesado podrá informarse con todo detalle sobre cuanto había en esta edición de ARCO. Sin embargo, quien solo haya recibido las noticias que flotan en el ambiente lo único que sabrá de ella es que se ha exhibido una figura gigantesca del rey Felipe que quien la adquiera habrá de quemar antes de un año, según el contrato de compra. El ninot, como se esperaba, ha generado polémica, pero no se ha retirado. ¿Hacerlo hubiera sido atentar contra la libertad artística? Para ello, previamente deberíamos haber respondido a esta pregunta: ¿Es esa figura una obra de arte? ¿Por qué entonces no lo son los ninots de las fallas de Valencia? ¿O las figuras del museo de cera? ¿O es que hay algo en la pieza expuesta en ARCO que no se halle en los muñecos que arderán para San José o en la réplica del rey del Paseo de Recoletos?
El asunto es complejo, porque tanto el arte como la realidad, con la que de algún modo está en relación (como escape de ella o como su auténtica descripción), llevan tras de sí una larga e intrincada historia poblada de teorías, sensibilidades y modos de ver el mundo. No hay espacio en este artículo más que para lanzar una sospecha como quien lanza una flecha cuyo acierto en la diana está por ver. En toda obra de arte hay algo inexplicable conceptualmente, algo que queda una vez que aplicamos todos los medios químicos, psicológicos, sociológicos o históricos para aclarar la creación. Si, de la obra de ARCO mencionada, elimino la polémica (en la que intervienen como elementos la propia exposición, por definición transgresora, los medios de comunicación, por definición amantes de lo escandaloso, y el público, por definición buscando “lo que hay que ver”), ¿qué nos queda? Aun admitiendo la autenticidad de la transgresión (lo que es mucho admitir en este caso, pues era demasiado previsible), el hecho de que todo arte sea transgresor no implica que toda transgresión sea artística.
Volvamos al principio. Gran parte de lo que ha hecho el arte en el último siglo ha sido, en el fondo, preguntarse por su identidad. El tema es legítimo, pero será su tratamiento, como siempre, lo que hará que una obra sea o no artística.