La gran payasada

22 nov 2017 / 08:46 H.

Ser un descerebrado —o descerebrada, tanto tiene— no cuesta nada en este país, menos aún si se es político activista en favor del tan traído y llevado, absurdo —en todo caso— y punto menos que deleznable “Independentismo catalán”. Me reí muchísimo —permítanme ustedes el sano ejercicio de contraer y expandir las comisuras faciales— cuando la señora Maria Carme Forcadell, del partido Esquerra Republicana de Catalunya y expresidenta del Parlamento de Cataluña, desde 2015, dijo en un perfecto catalán: “Procedim a la votació”. A partir de ahí, y siempre desde mi punto de vista, se llevó a cabo la mayor exhibición de falta de inteligencia que nadie antes haya podido manifestar desde que iniciamos en España este siglo XXI, además, sin el más mínimo atisbo de pudor ni de sentido del ridículo, encima retransmitida por la mayor parte de los medios de comunicación de nuestro país. Y quiero que se entienda bien mi argumentación para evitar que se malinterpreten mis palabras y que alguien pudiera pensar que no respeto a quienes libremente quieran, aboguen, defiendan otra forma de gobierno o difiera de mi ideología o pensamiento. Pero permítanme ustedes un acto de mero sentido común: Lo primero que se debería haber hecho, apelando nuevamente a la sensatez y antes de pretender establecer en una farsa sin igual la “República catalana”, es someterla a votación, pero no de manera ilegal, por supuesto, como se hizo antes de ese 27 de octubre, “mítico” y sin precedentes, sino que, previamente, se habría de haber abordado el intento por cambiar nuestra Constitución. Por ello, y solo por ello, el paripé del mencionado día fue un acto circense y a las pruebas me remito: el expresidente, Carles Puigdemont, huye a Bruselas, en una impúdica demostración por salvarse el trasero, dejando en la cuneta al resto de activistas. Ya no digamos la señora Forcadell, cuando se le formulan frente al juez las dos preguntas clave. La primera, si acataba el artículo 155, su respuesta: “Sí, lo acato”, y admitió, cuando se vio perdida, que el acto de proclamación de la “República” había sido, sencillamente, un acto simbólico. Menos mal que nuestra garantía democrática, mal que les pese, sigue gozando de muy buena salud.