La homilía del ratón

07 abr 2019 / 11:09 H.

Posiblemente todos los que éramos aplicados educandos allá por los sesenta/setenta fuimos por unos instantes, más o menos extensos en función de nuestra velocidad y comprensión lectora, uno de los jóvenes de la ribera de “El Jarama” de la mano de Sánchez Ferlosio. Su obra, imprescindible en las clases de literatura, hizo que nos sumergiéramos en las aguas del Puente Viveros con la inconsciencia de tener frente a nuestros ojos la magistral novela que no siempre apreciamos.

Ya habiendo flirteado con el calendario y con la edad devenida en páginas y más páginas nos dimos cuenta de que nuestra opinión, ese condescendiente aburrimiento con que vivimos el relato, era compartida por algunos críticos que la tacharon de “vulgaridad intrascendente”. Aun así, Sánchez Ferlosio se nos fue agrandando con el tiempo y su prolífico paseo por el ensayo periodístico le envolvió en ese halo de “autor de culto” del que, como todas las etiquetas, abominaba.

Nunca tuvo Rafael muchos lectores, salvo aquellos que lo fuimos en los albores de nuestra formación impelidos por nuestros profesores, pero los que lo fueron le siguieron siempre con gran fidelidad. Él nos regalaba apreciaciones especialmente lúcidas referidas a esos grandes temas que nos hacen ser como somos. “Los adelantos pueden conseguir tristezas nunca antes conocidas; ya algún pintor francés del siglo XIX nos mostró cómo la luz de una bombilla puede llegar a ser infinitamente más triste que la de un candil”, comentaba al hilo de su percepción del progreso. “La patria me carga, es el más venenoso de los conceptos” era su reflexión sobre ciertos excesos del nacionalismo mal entendido. Arremetía contra los modos exacerbados del consumismo: “Ya no se producen solamente los productos, sino también, al mismo tiempo, los consumidores” y nada se libró de su aguda interpretación. Ni la libertad ni la fe escaparon a su incisiva visión. Uno de sus títulos es, precisamente, “La homilía del ratón”. “¿Espíritu libre? ¡Bah! Nunca he sabido lo que es eso. ¡La libertad no existe! Somos solo un cruce de muchas influencias, unas peleadas y otras que se llevan bien... Y uno no se da la ley a sí mismo”, comentó. Ahora que se nos ha ido, Ferlosio se nos aparece como ese gran narrador versátil y atípico que nunca quiso hacer verdad el augurio de Delibes coronándolo como el escritor de mayor porvenir de su generación. La verdad, el convencimiento y la razón no siempre van de la mano, decía: “Es un error pensar que hacen falta muy malos sentimientos para aceptar o perpetrar los hechos más sañudos; basta el convencimiento de tener razón. Aún más, acaso nunca el sentimiento haya sabido ser tan inhumano como puede llegar a serlo la convicción”.