La marea negra

09 ago 2018 / 08:50 H.

Parece apocalíptico, pero no lo es. Pudiera ser que es mi intención hablar de mareas negras como en su día fue la del Prestige, pero tampoco lo es. Esta es una que tiñe de negro las aguas de nuestras costas, tiñe de sangre, muerte y desesperación nuestra tierra. Como somos olvidadizos, o simplemente ignorantes, no sabemos ni recordamos que cuando los países son esquilmados, exprimidos y abandonados, se enredan en sucesiones de guerras y guerrillas que aumentan la pobreza y la desesperación. Solo la desesperación puede hacer que hombres y mujeres con hijos o embarazadas, se lancen a una muerte casi segura precedida del horror de la violencia y de los abusos. Habrá quienes crean y apoyen que la aplicación de la fuerza, el cierre de fronteras, dejar morir y otras cosas similares, son la solución para un problema tan antiguo y difícil como el de controlar el instinto más fuerte del ser humano: tratar de conseguir una vida mejor para él y para los suyos. La vida es una lotería. No es igual que te haya tocado nacer en Nigeria que en Suiza. No es verdad que seamos todos iguales, tampoco que tengamos las mismas oportunidades. Solo es verdad que como seres humanos tenemos los mismos derechos, más cierto aún es que esta máxima jamás se ha cumplido, no se cumple, y dudo que exista alguna generación posterior que lo vea. Entre tanto, como pertenecemos a un país desarrollado, enclavado en un continente desarrollado, hemos olvidado que a catorce kilómetros tenemos unos extensos territorios en los que salvo las clases privilegiadas, que las hay, sus gentes mueren de hambre, de enfermedad, de miseria o de violencia. No apelo ni siquiera al sentimiento cristiano porque entiendo que no hay cristiano que se llame y considere así, que no esté de acuerdo con la acogida de otros seres humanos que carecen de todo. No apelo al carácter caritativo que puedan desprenderse de estas terribles situaciones. Tampoco a la cuestión oportunista de arrebatar votos al contrincante político. Apelo al sentido común, e incluso apelo al propio egoísmo de los países. ¿No sería mejor invertir en origen?, ¿no sería mejor hacer un acogimiento ordenado, cumpliendo con las cuotas de reparto de la inmigración entre todos los países de nuestra Europa y así paliar la injusticia y aprovechar también el potencial humano? Cuando el pueblo judío huyo de la tiranía de los faraones egipcios, incluso Dios hizo que se abrieran las aguas del Mar Rojo para que sus gentes pudiesen emigrar en busca de una vida mejor. Y Dios se empleó a fondo e hizo todo lo posible, e incluso lo imposible para que no muriesen a manos del malo malísimo Faraón. Ellos con su sangre levantaron las grandes pirámides en Egipto, construyeron los monumentos funerarios para el Rey de Reyes, fueron la mano de obra barata necesaria para tal fin. Las políticas eran otras y el pueblo tuvo que recurrir a Dios. Ahora siglos después el mundo es mejor, hay más conocimiento y nuestros sistemas y leyes han avanzado. El mundo necesita de las grandes políticas que permitan el derecho a la vida de todos. Somos miembros de una comunidad de países desarrollados que tenemos la obligación de dar respuesta y buscar soluciones para dar una respuesta sensata y justa al hecho real de la inmigración. No queremos ni necesitamos movimientos racistas ni xenófobos. Creemos en la política con mayúscula que busque soluciones y no azucen al animal que llevamos dentro.