La matraca como concepto

04 nov 2017 / 09:55 H.

La idea más elaborada de estas últimas semanas es, sin duda, la del compañero de celda de uno de los Jordis. Al parecer a este mártir subvencionado le cabe, literalmente, un país en su cabeza, y en su verborrea no se ahorra ni los pasajes secundarios de su patria “non nata”. Ese preso anónimo y aturdido pedía un cambio de compañero ante lo que denominó “matraca independentista”. El concepto. Quizá todos estemos presos hoy del relato nacionalista, de sus atajos políticos y judiciales, cansados de su insistencia lastimera, del zumbido mediático que nos tiene abducidos en la imagen de un García Ferreras que envejece por segundos en nuestra pantalla.

La matraca de este golpe de Estado de sonrisas ilegales y de diálogo como arma arrojadiza, escribe ahora su legajo judicial para sorpresa de unos exconsellers que creían que su felonía parlamentaria, su saltarse las leyes con montera en mano y mirando al tendido era “cool” a la par que “light”. Otra imagen muy tuitera. El único que sabía que las burbujas independentistas, aparte de subirse a la cabeza, tenían contraindicaciones es el patriota a la fuga que, en un último servicio a su causa, dejó en la estacada a parte de sus compañeros de bancada, y les complicó la vida judicialmente. La maquinaria estelada daba por hecho que el Estado nunca se atrevería, que protegidos por el pueblo seguirían podando el sistema legal hasta quedarse con el bonsai que les saliera de sus tijeras. A estas horas, Puigdemont sigue en Bruselas, cada día que pase tendrá menos focos sobre la chepa y, al final, él se cansará de tantos “moules-frites” (mejillones con patatas fritas) y los periodistas acreditados de él. Allí estará para hacer la crónica y la foto del momento el periodista jiennense Antonio Delgado, de RNE, aunque en sus comparecencias, el demócrata de Girona, de momento, no acepte preguntas de medios españoles... Es lo malo de los testigos, siempre incómodos, que te hacen cambiar el relato.

Para todo lo demás se invoca a Franco que, para buena parte de la comunidad internacional, tiene que ser nuestro Elvis particular. Dicen que está vivo, que lo han visto bajar por el Ampurdán y con menos tupé, seguro.

El pleno urgente de la semana se cerró sin margen para la sorpresa. De un lado, el contrato por el servicio de recogida de basura se adjudicó a FCC gracias al apoyo de los no adscritos a un Gobierno del PP que no dudó ni por un momento que ese era el mejor negocio para las dos partes. Entre el público asistente, los trabajadores, con los dedos cruzados se encomendaban a san Florentino Pérez, no querían ni imaginarse lo que supondría que el servicio pasara a manos públicas. Desde el primer momento los 300 empleados de la multinacional en Jaén dejaron claro que los cantos de sirena de municipalización caían en saco roto y que preferían la tierra firme en forma de nómina asegurada. El paraguas de un mastodonte empresarial antes que una cubierta pública con goteras. Por más que el alcalde, Javier Márquez, glose que el Ayuntamiento “mejora y comienza a respirar”, sigue pálido y requiere una respiración asistida en forma de peregrinación al despacho del secretario de Hacienda, Fernández de Moya. Es una tradición que el regidor jiennense viaje, al menos, una vez al año a la Meca de Montoro a negociar la penuria.

Dejó claro el alcalde en el pleno que no le gustaba un pelo el dibujo derrotista que pinta la oposición sobre la ciudad y que esos mensajes catastrofistas son una “pérdida de oportunidades”. De buenas intenciones dicen que están llenos los panteones, y en el caso de Jaén, ni el camposanto se libra de aluminosis. Estamos a mitad de legislatura y el reto es peatonalizar el centro. Cuestión de fe.