La reina
de los mares

24 oct 2018 / 11:35 H.

La vida, a veces, nos regala algo inesperado: un momento, una idea, una persona que nos ilusiona. ¡Ya era hora!, sugerimos con cierto descoque... Inmediatamente empezamos a hacer cábalas, como en el cuento de la lechera, imaginando todo lo que podremos conseguir desde ese momento en adelante. Vamos por ahí con cara de pánfilos, nos miran con curiosidad y, lejos de sofocarnos, nos creemos más guapos. Una nueva y descomunal fuerza nos sube desde el ombligo, derramándose con cierta gracia en una sonrisa boba. ¡Ya está!, pensamos, todo va a cambiar. Y corremos como locos en pos del “rayo verde” en una carrera infinita de sueños. Soñar es bueno y, además, es gratis. Fabuloso. Pero, mientras soñamos, nos sumergimos en un mar de fantasías sin pensar que, al fin y a la postre y, como decía Calderón, los sueños, sueños son... Y para de contar. Soñar requiere de un acto postrero que sustente lo soñado, un último esfuerzo de transformación onírica. Una puede sentirse tocada por un ángel y creerse la reina de los mares. Sin embargo, más vale que la suerte nos pille trabajando, porque lo que hay en el mar son peces, pero lo que queremos en el cesto es pescado. Que el sueño nos coja confesados.