La vida cotidiana de los payasos

05 ene 2017 / 11:43 H.

Aunque parezca que no están, nunca se fueron. Viven entre nosotros y se hallan muy presentes. El payaso no sólo actúa cuando se pinta la cara de blanco, remarcándose bien con sus maquillajes excesivos, enfrascándose una peluca llamativa, o con su enorme bola roja en la nariz, no. No necesita nada de eso, porque independientemente de estar vestido de payaso, es un payaso, fue y será un payaso. Se cambia de chaqueta con facilidad, dice sí y no al mismo tiempo, y se viste y se desviste entre bambalinas, apareciendo o desapareciendo entre los trucos de magia de los prestidigitadores, los magos, pues para aportar credibilidad, colabora intensamente con ellos. La vida tiene algo tragicómico, quién lo duda, entre lo absurdo y la estupefacción, la miseria, la sorpresa y la grandeza. En sus resquicios hay un chiste fácil. El payaso es burlón y desenfadado, está haciendo chistes todo el día, quitándole importancia a cualquier cosa (ejemplo a la hora de encajar situaciones hostiles), y he ahí su temple, la compostura, la sonrisa frente a las adversidades, el personaje imponiéndose a la persona. Ante los amigos, los conocidos o la sociedad en general, su cara pública, mantiene un gesto amable, a veces demasiado amable, a veces exageradamente amable, tanto que hasta se le nota forzado. A regañadientes. El payaso se esfuerza para caer bien a todo el mundo, preocupándose por no dejar ningún hilo suelto y justificar el último detalle de su mundo estrambótico de clown. Con ridícula y esperpéntica elegancia, habita una burbuja en la que no puede contener su envidia, y su bilis se transparenta porque, como a los cabestros, les suena el cencerro allá por donde van. Aun así, ni que decir tiene que son necesarios, que nos hemos acostumbrado, y que su función es que se ría la gente, gastar bromas, hacer piruetas o trucos divertidos, actor satírico que se burla de la cotidianidad. Entonces, ¿cómo es su cotidianidad? Los payasos son cínicos sin serlo, pareciéndolo con distancia, extraños pero con un punto de identificación. Van camuflados. Debemos estar atentos a algunas señales. En realidad, no son tan diferentes como para considerarse bichos raros. Además, no dejan de resaltar sus particularidades, siendo lo contrario de lo que representan, mofándose de todo y de todos, incluso de sí mismos, con tal de sacar siempre tajada de las calamidades de los demás. En su día a día paradójico, el clown simpático muestra su naturaleza engañosa, y aunque no tenga programa establecido, ni guion para que lo podamos considerar serio (o sea, nadie va a cambiarlo a estas alturas), de igual modo ofrece un lado tierno y sentimentaloide, tocándonos la fibra sensible en ocasiones: no olvidemos que todo es fingido, nada verdadero, y guarda un as en su manga de tahúr, pues en cuestiones de trampas, nadie conoce sus sentimientos. Así de falso y artificioso, también pulula a menudo la modalidad del payaso traicionero, que puede llegar a convertirse en asesino. Mucha gente adulta, y no solo niños, siente miedo a los payasos al margen de su aspecto exterior caricaturesco y deformante. Lo que inquieta o causa pánico, es su oculta identidad. Algo va mal. Y eso es muchísimo peor, por lo que hay que llevar el detector encendido. Estamos rodeados de payasos. Van disfrazados de personas normales. Están por todas partes. Hay que tener mucho cuidado.