Las botas feas y viejas

07 mar 2016 / 09:42 H.

La dicotomía entre yo y el cuerpo que arrastro avanza peligrosamente. Temo que esto conduzca a la locura. Una de dos. O una mente cuerda y sana acaba con el cuerpo débil (mejor es matarlo, dirá) o por el contrario un cuerpo en sazón embridará los caprichos de la mente, restringiéndole el riego sanguíneo y atontolinándola para que calle. Se trata de un equilibrio inestable entre el cuerpo y yo —a vida—; un equilibrio soportado y mantenido hasta el fin, que llegará cuando llegue. Tengo sueño. Estas botas feas, que coloco primorosamente en el armario, son abrigadas y cómodas. Ya he alcanzado el punto magno en el que todo o casi todo es lo último. El último coche. El último viaje. Cada año prometo visitar Ibiza. Lo prometo seriamente. Pero también sé que no iré. Estas botas insignificantes y feas acabarán, cuando yo falte, junto al coche en el cobertizo del patio. Diré a los nietos que los excrementos de las gallinas son fuertes. “Niños, cubrid el coche con paños “. “¡Jo, abuelo! ¡Quieres mandar siempre!”. Ayer anduve más de una hora. El locutor de la radio estaba ocurrente y el sol no quería irse. Estas botas tan feas no fueron baratas. Las compré el día que llegamos a Fuengirola aquel agosto lluvioso. Anchy y su novia recalaron en la Isla porque aquí no había trabajo. Creían saberlo todo, pero no. La dueña del restaurante ibicenco prefirió a Tani, la pareja de Anchy, y dejó a su antigua novia. Fue una sucesión pacífica. “Pero bueno, ¿esto cómo va?”, preguntó la nueva. “Esto es como todo —respondió la saliente—. Y no te desvelo secretos para que os sorprendáis mutuamente”. La rivalidad y los celos huelgan en asunto de condumio. “¿Pero, Tani, a ti te gusta eso?” “¿Pero te acuerdas de mí, Tani? “¡mira que eres tonto, Anchy!” “No seas simple, cariño mio”. Cada vez que pienso en ellos me enternezco. Pero ahora hay que dormirse. Hoy tengo sueño. Las botas feas y caras están en el armario y todo en orden.