Las cerezas, un símbolo

09 jun 2016 / 17:00 H.

Las cerezas de Castillo de Locubín son una oda a la primavera, una égloga del Renacimiento, una canción que se escucha en las riberas del río San Juan desde la ventana de las tardes doradas; un relato que leemos con la misma pasión con la que se aman un hombre y una mujer en las dulces sombras de una noche de junio; un murmullo sonoro de agua que, cristalina, corre por las acequias de las huertas, tan parecidas a las que Valera inmortalizó en “Pepita Jiménez” y “El comendador Mendoza”; un poema de Borges que se recita paseando por las riberas del Caz y de la Isla; un cuadro de Velázquez que se sueña en el edén del Nacimiento del Río; una página mirífica, escrita en los miradores de la Acamuña; un clavel que las palomas torcaces, las palomas zuritas y pajarillos de todas clases enamoran en su vuelo; una vereda de flores, por donde se va y viene a las Vegas; una rosa de agua en el Nacimiento; un bordado de los recuerdos íntimos en la túnica de Nuestro Padre Jesús; una fruta, que sabe al beso de una mujer enamorada.