Las otras crisis de Gobierno

10 jun 2017 / 11:08 H.

Llegan los rigores del calor y aquí estoy refrescándome, haciendo pie, en mi charquito de ciencia con un milímetro de profundidad. De esa definición de periodista tiró el ya exconsejero Emilio de Llera en el fragor del debate parlamentario. Bueno, aunque la frase literal del que fuera titular de Justicia era esta: “Ya saben lo que es un periodista, un océano de ciencia con un milímetro de profundidad”. No sonó la fanfarria del Club de la Comedia porque la citó en el Parlamento andaluz y el decoro institucional obliga. Nótese que en mi modestia, de momento, solo tengo un charco o chilanco en el que aliviar mis callos de la actualidad, pero aspiro a progresar y, con la edad, disponer de mi pequeño océano al sol. No pretendo en este arranque ajustar cuentas con el exconsejero más rico en chascarrillos del equipo de Susana Díaz, que comparó a los jueces con Hitler; arremetió contra la jueza Mercedes Alaya por su capacidad de trabajo y “encima sigue guapa” o calificó de “sociedad enferma” a aquella que votaba a Podemos, entre otras pasadas de frenada. A los periodistas, en el fondo, nos gustan muchos estos locuaces perfiles, imprescindibles en cualquier ejecutivo, porque ponen una nota de color, y dan titulares, que no es poca cosa. Así que teníamos en Llera, una especie de Dennis Hopper, en Easy Rider, con licencia para quemar escape cuando se le antojara y abrir gas. Un alma libre.

No son pocos los políticos, o mejor los elegidos para la cosa pública, que implica una necesaria transitoriedad y nada de apego al sillón, que tienen ante el vulgo un trato displicente. En ocasiones se arrogan el poder de interpretar lo que dice y pide “la gente”, pero cuando se mezclan con ella impera lo que un sociólogo definió como la “desatención cortés” del hombre moderno. Nos cruzamos en la calle, nos vemos de lejos, nos fijamos momentáneamente y cuando pasamos al lado evitamos mirarnos a los ojos. Una manera de reconocernos de la misma especie, pero con el mensaje expreso de no querer saber nada más del otro. El “mal” de Erving Goffman es común a la especie, pero llama la atención en servidores públicos que casan mal cuando se mezclan con ese público al que se deben.

El presidente extremeño Guillermo Fernández Vara tiene capacidad para el cuerpo a cuerpo, llega bien a los votantes, en eso tiene similitudes evidentes con la presidenta andaluza. En el desayuno de “Jaén, Nuevo Milenio” de este periódico demostró además capacidad de autocrítica. En concreto, reconoció su error al interpretar los deseos de la militancia socialista, y la incapacidad de “los barones” en conectar con esa base de descontentos que apoyó a Pedro Sánchez. Además criticó a los gobiernos, también los del PSOE, que dejaron una España asimétrica en cuanto al tejido ferroviario. Aquí sabemos mucho y bien de esas infraestructuras del siglo XIX que siguen vigentes en nuestra provincia. La autocrítica de Fernández Vara sirve para dar credibilidad a su relato político y se agradece ante tanto frentismo de cuna. Ser médico forense de profesión tiene que ayudarle en sus diagnósticos políticos. Con respecto a Podemos también lo dejó claro, la idea no es tanto acercarse a la formación morada, sino hacerse con unos votantes que se escaparon en estampida del PSOE.

Frenar una sangría, en este caso de imagen, parece ser el fin último de una remodelación de gobierno en la Junta que estaba cantada. Recuperada cierta calma tras el fiasco de las primarias, era cuestión de centrarse en el segundo tramo de la legislatura. Iniciativas de calado social anunciadas y ahora nuevas caras para recuperar una iniciativa que, por momentos, estaba en la oposición. Dotar de calado y presupuesto a los anuncios será la segunda parte.

Le dejamos, don Emilio un espacio para ver los toros desde la barrera y díganos, por favor, qué opina de que Rosa Aguilar, antes de Cultura, sea la nueva consejera de Justicia. En estos tiempos que corren hay que saber un poco de todo y aprender de todo el mundo.