Las palabras de Cervantes

21 abr 2016 / 17:00 H.

Hay múltiples retratos de Cervantes. Pero son todos falsos y posteriores a su muerte. A nadie le interesó en su época retratar a un autor poco apreciado por sus contemporáneos. Nuestro caballero de la olvidada figura, en una de sus obras, describe a la Fortuna, como un personaje “borracho y antojadizo, y sobre todo ciego para no ver lo que hace, ni saber a quién derriba“. Y Don Miguel fue volteado en innumerables ocasiones por el destino. Este es un país de extremos, que igual llena de cadenas a alguien, que lo eleva a un pedestal. Y Cervantes es un caso claro al respecto. Durante su existencia, compartiendo el destino de otros ilustres literatos como Fray Luis de León, San Juan de la Cruz o Quevedo, Cervantes sufrió prisiones por diversos motivos. Y solamente tras su muerte, gozó su nombre, que no su cuerpo, de una póstuma y creciente gloria. Aunque no surgió en España su reivindicación, pues fueron estudiosos de otros países europeos los que colocaron a Cervantes en el trono de los escritores en castellano. Y actualmente, nuestra sociedad de lo superficial, de la fachada, ha convertido a Cervantes, en un nombre, una marca, un logotipo: el Instituto Cervantes, los Premios Cervantes, la celebración del Día del Libro el 23 de marzo, fecha errónea de su muerte, puesto que su fallecimiento realmente ocurrió el día anterior. Ojalá este cuarto centenario de su deceso, sirva para que conozcamos mejor la azarosa vida del auténtico Cervantes, el desdentado, el tartamudo, el probable descendiente de judíos, el condenado a causa de un duelo, el herido de guerra en Lepanto, el esclavo cautivo 5 años en Argel, el autor de comedias que nadie quería representar, el pobre escritor encarcelado en Sevilla, y que pasó hambre y necesidad en sus últimos años, el engendrador de los mayores locos y desvaríos, y sobre todo al excelso fabulador. Y es que no hay que empeñarse en buscar a Cervantes en unos fastos ceremoniales huecos, ni en unos restos y fragmentos que yacen dispersos. Porque el autor está vivo en sus inmortales personajes, en su teatro, en sus narraciones, en sus palabras.