Los funcionarios del tiempo

27 dic 2016 / 12:18 H.

Dosmildieciseis, ese viejo actor, que tan prometedor resultó en sus inicios, desgrana ahora en el escenario del gran teatro mundo, sus últimos diálogos, sin la frescura y la lucidez que exhibía al inicio de la función. Los funcionarios del tiempo miran el reloj con cierta premura, mientras vigilan de reojo, el escenario. Encima de las tablas, el año 2016 se esfuerza por entretener al respetable. Pero no lo tiene fácil, la gente está un poco cansada de la obra. Los tramoyistas del tiempo, lo notan y se hacen una señal. Entre bambalinas, apremian al actor para que recoja los trastos, desmonte la iluminación y el sonido, y desaloje el escenario. El público también está de acuerdo, las réplicas del viejo año ya no provocan aplausos y vítores en el patio de butacas, el desgastado maquillaje removido por el sudor, da una apariencia patética al fatigado año, el vestuario, lleno de manchas y de remiendos (ha sido una representación dura y ha sido necesario inventar todo tipo de cabriolas e improvisaciones para distraer al impaciente aforo), desagrada a la concurrencia. El tozudo año, sin embargo, se empecina en desgranar los últimos diálogos de su texto, las últimas letras, números, minutos, de su guión. Pero casi nadie escucha ya su soliloquio. A todos les resulta previsible el desenlace, no hay emoción, ni tensión dramática en sus últimas escenas. En lugar de mirar hacia el escenario, todos los espectadores giran el cuello, buscando ilusionados la cartelera de novedades, allí, bajo el rótulo de “próximamente”, el respetable está ansioso por ver el cartel que anunciará el inminente estreno del nuevo año. Dosmildiecisiete es el título de la anhelada superproducción, que promete ser un éxito seguro para todos, repleta de hallazgos y de emocionantes novedades. Los tramoyistas del tiempo, han desmontado al fin el tinglado de días, horas, minutos y meses, con autoritaria brusquedad, y en el patio de butacas el desanimado artista constata su nueva condición de ser anónimo, nadie quiere un autógrafo ni un selfie. Se cambia, deprisa, en el camerino. Los periodistas llaman a su puerta. Él se empeña en contarles nuevos planes, pero los reporteros solo quieren un breve resumen de la obra que al fin termina (en realidad están preparando la necrológica), antes de asistir a la rutilante presentación del nuevo año. Los publicistas del tiempo exhiben los carteles del nuevo ídolo, incitando a las masas para que lo vitoreen, mientras reparten publicidad y listas de deseos y buenos propósitos para el año entrante. El extenuado 2016 ha ido a por la furgoneta, los funcionarios del tiempo le han dejado bien claro que no quieren retrasos, el escenario debe quedar despejado a tiempo; y cuando vuelve a escena para recoger, comprueba atónito que ya está preparada la escenografía del nuevo año, y constata que se trata de su propio decorado, reciclado, y entre bambalinas descubre que el nuevo año, que hace ejercicios de calentamiento antes de entrar en escena, es casi un clon de sí mismo. Sin embargo, los funcionarios del tiempo han conseguido que las masas ansiosas jaleen y compren todo lo relacionado con el nuevo ídolo. Cabizbajo, el año saliente se retira, tambaleante, mientras, al tropezar, se escurren las últimas horas de su cuerpo gastado.