Los puentes
del ponche

26 jun 2018 / 08:03 H.

Todo ha cambiado, señor, y de qué manera, Magdalena de mis entrañas. Entonces, se era feliz con poco, seguramente porque casi de nada se tenía, incluso la comida en la que mayoría de las casas de Jaén de los jornaleros activos y escasamente remunerados, era un lujo no asequible al esquilmado monedero. Cuando llegaba San Juan, Santiago, Santa Ana más otras fiestas de guardar, la gente se bajaba a los puentes en el autobús de San Fernando, unas veces a pie y otras veces andando. En los sotos, instalaban sus aposentos, incluso algunos con la caña pescaban esos peces que brillan por su ausencia, ya que las aguas hoy están de mírame y no me toques. Aviaban el arroz y picaban tomate más otros ingredientes para hacer la pipirrana, un plato barato y nutritivo al mismo tiempo. Los maridos se daban un garbeo por el ventorrillo para “trincharse” unos “lapos” de ponche de “malacatón”, en tanto las mujeres, sufridoras ellas, atendían a sus pequeñuelos en sus perentorias necesidades. Se organizaban bailes, pero las mocicas, con un ojo mirando a las madres, no se fiaban, de los que las invitaban a mover la “raspa” al son del negro zumbón o “a la lima y al limón, solterita se quedó”. Qué tiempos, madre mía.