Los unos contra los otros

03 ago 2017 / 10:29 H.

Conformismo e impotencia rigen este sistema donde hay que adaptarse. La lógica de la explotación no entiende más que el lenguaje de la usura, pues se trata de seres humanos. “¡Qué oscura gente y qué encogidos vamos!”, decía el último verso de un poema magnífico de Carlos Barral, “Geografía o Historia”. Y sí, cómo ha encogido nuestro nivel de vida en casi una década, un retroceso antropológico que nos ha llevado a niveles de supervivencia miserables. Eso sin tener en cuenta las diferencias del norte con el sur, los tiras y aflojas de las políticas de distribución y redistribución económica territorial, y la amenaza de los nacionalismos, que surgen o resurgen despabilando el odio. El orden contemporáneo plantea desde el Estado una visión totalizadora e integradora de sus ciudadanos, donde no hay privilegios de unos sobre otros. Pero ahora, roto el Estado moderno, fragmentado en pedazos por el frenesí del mercado y la globalización, ¿qué esgrimen las identidades llamadas históricas, y a qué historia se refieren? En estos tiempos de manipulación ideológica y mediática, qué difícil mantener el equilibrio, qué injusticias se solapan y ocultan bajo la capa de los populismos, cómo se tergiversan las miradas, las perspectivas, y los esencialismos acaban naturalizándose. Las construcciones espurias, ilegítimas y artificiales hasta el tuétano, dependen de los intereses del poder. Porque si no hubiera interés, ay amigo, si no hubiera ahí no metería la mano nadie, ahí no le interesaría a nadie mojarse. Para quién. O peor: para qué. Mientras las responsabilidades colectivas apelan a la conciencia para señalarse —y golpes en el pecho, y lágrimas ante la bandera y el himno— por lo que sucede, los movimientos populares se aferran a los sentimientos para justificarse. Quién puede detenerlos, si se trata de una voz que —como la del líder de AC/DC— canta ahora ruidosamente la misma canción con el mismo sonsonete y gallos que hace apenas una década cantaba sottovoce, y en dirección contraria. Donde dije digo... y así sucesivamente. La clase dominante siempre saca provecho, y aquí el análisis sociológico, de estirpe marxista, sirve hasta al más liberal de los pensadores, como bien recomendaba Octavio Paz. Hablar de marxismo, lejos de cualquier distancia irónica, y sin ponernos académicos, significa escoger una herramienta útil en conflictos sociohistóricos que nos ayuda a comprender los vaivenes de los sentimientos y las llamadas a la conciencia, esa entelequia que cada vez estoy menos seguro de que exista. ¿A qué se apela con ella, y por qué el pueblo no tiene conciencia, solo sentimiento? ¿Qué se halla detrás de todo esto sino la manipulación por parte del poder de las corrientes de opinión hegemónicas, la articulación de impulsos y espacios vitales populares, fuerzas, empujes? No está de más recordar que la ideología es la estructura “falsa” de la sociedad, algo que no se toca y reside en el imaginario. Y eso vale para grandes y chicos, para los que se ríen y los que están tristes, para el que devora y el que es devorado, para los que se desesperan y para los pacientes, para los que han estudiado y los que no. No hay ningún estigma o señal que nos asegure entender lo que pasa, extraer la piedra de la locura de este sistema esquizofrénico, pero salta a la vista cómo se vuelven ferozmente los unos contra los otros.