Magia de la buena

07 ene 2017 / 11:32 H.

Por un momento, pensé que había observado a sus Majestades rondar por mi casa. Fue justo antes de ver en el salón tres preciosas bicicletas, brillantes y amarillas, adornadas para la ocasión con un lazo rojo y con las cestas llenas de caramelos. Todavía me “duelen” los abrazos de alegría que pude darme con mis dos hermanos, los otros dos “beneficiarios” de los Reyes Magos de Oriente. Aunque ocurrió hace mucho tiempo —yo no tendría más de siete u ocho años—, recuerdo aquella noche como si hubiera pasado ayer mismo. Fue muy especial para toda mi familia. Ahora, cuando ya soy padre, comprendo el esfuerzo que tuvieron que hacer aquellos Reyes Magos, los mejores que habrá jamás. Al menos para el que les habla. Año tras año, fueron capaces de hacernos felices a mí y a mis hermanos —con el paso del tiempo, vino otra más—. Y se las arreglaban para que siempre hubiera algo en los zapatos. De aquellos días, me quedo con la imagen de mi padre, en su ritual de ayudarnos a colocar nuestras pequeñas zapatillas debajo del árbol de Navidad; y la de mi madre, poniendo una bandeja de pestiños y llenando las copas con el “resol” que hacía mi abuela por si Melchor, Gaspar y Baltasar querían tomar algo. Si dejaron de creer en sus Majestades, si ya no les ilusiona la mañana del 6 de enero y ya no ponen sus zapatos, echen la vista atrás y recuerden. O más fácil todavía. Si pueden, vuelvan a sus “Reyes” y, simplemente, dénles un beso. Porque ellos sí que hacían magia de la buena.