¡Mamá, papá, vacunadme!

27 ene 2019 / 11:21 H.

Lejos quedan ya aquellas mañanas en la escuela en las que, con un cierto pellizco en el estómago, nos llevaban a un dispensario para vacunarnos. Menos mal que, una vez dentro, el susto se nos pasaba saboreando un azucarillo con la vacuna que nosotros habíamos imaginado penetrando nuestro cuerpecillo a través de una gigantesca y terrible aguja dolorosa. Aún no se habían extendido las tenebrosas y malintencionadas ideas de Andrew Wakefield que publicó en 1998 un artículo en el que asociaba la vacuna triple vírica, contra el sarampión, las paperas y la rubeola, con el autismo. Poco después se supo que ese supuesto estudio era falso y que había cobrado una sustanciosa cantidad de un organismo contrario por afirmar semejante dislate. El Colegio General Médico Británico le retiró la licencia y le acusó de actuar deshonesta e irresponsablemente pero el tremendo daño ya estaba hecho. Estos días es noticia que estamos sufriendo un brote de sarampión en Europa y Estados Unidos que tiene su origen en la tozudez de algunos padres en negar las vacunas a sus hijos basándose en enloquecidas historias de un supuesto progreso regresivo a la virginal naturaleza. Niños que mueren de difteria por no estar vacunados, guarderías que se ven abocadas a negar la matrícula a niños no vacunados por el peligro para sus compañeros, avances de enfermedades prácticamente erradicadas... Situaciones provocadas por planteamientos avalados en medios de comunicación escasamente rigurosos que aplauden o impulsan terapias alternativas nada contrastadas como la homeopatía, apoyan que las vacunas son dañinas o crean estados de opinión desfavorables hacia las farmacéuticas. Todo ello se agrava por la sensación que tienen ciertos sectores de que no hay peligro real con algunas enfermedades ya que se han ido erradicando, olvidando que si lo han hecho ha sido por el éxito de planes precisos y exhaustivos de vacunación a la población infantil. Han saltado todas las alarmas. El año pasado, por ejemplo, Italia aprobó una ley que obliga a los padres a vacunar a sus hijos y que, además, contempla sanciones para aquellos que no lo hagan. Australia ha dispuesto que los padres que no vacunen a sus hijos paguen una multa de forma recurrente (18 euros de multa por cada niño sin vacunar cada 15 días) bajo el lema de que “Los niños no vacunados son un riesgo de Salud Pública”. En Francia es obligatorio vacunar a los menores contra once enfermedades desde 2018. ¿Por qué en España no se garantiza por ley que todos los niños y niñas estén vacunados? Las vacunas son probablemente el mayor avance contra la enfermedad y evitan entre dos y tres millones de muertes cada año. Así que, mamá, papá, vacunadme, por favor.