Mi amigo Paco

18 abr 2017 / 11:28 H.

Asistir al triste trance de ser testigos de la marcha hacia la eternidad de familiares y amigos, es un peaje que debemos pagar todos los que seguimos caminando por la vida. Y jamás llega uno a acostumbrarse. El dolor, la pena, siempre hacen presa en nuestro ánimo. La muerte de un buen amigo duele. Y bien sabemos los que ya llegamos a una considerable mayoría de edad que esto ocurre ya muy frecuentemente. No es que la muerte, antes de visitar a una persona, le pregunte la edad que tiene, pero es lógico que sean los mayores a los que encuentre con las puertas más abiertas. El pasado sábado falleció un entrañable amigo mío, a quien conocí hace más de 60 años en el viejo edificio de Diario JAÉN. Francisco Fontecha Cruz era ya linotipista cuando yo llegué al Diario, precisamente para aprender el oficio de linotipista y no llegué jamás a sentarme en una de ellas. El entonces administrador, Juan Lombardo, varió mi camino y pronto empecé a merodear por la Redacción.

Los cientos de compañeros con los que compartí tareas en JAÉN fueron mis amigos y, los que aún quedan, todavía lo son. Pero con algunos de ellos tuve mayor afinidad, más confianza, y uno de ellos fue Paco Fontecha. Un afecto que duró siempre aunque, con los años, nuestros encuentros eran cada vez menos frecuentes lo que aumentaba la alegría del abrazo. Recuerdo que nuestro último encuentro fue el pasado 21 de septiembre, con ocasión del homenaje que Diario JAEN ofreció a los antiguos trabajadores, precisamente en el mismo edificio —hoy Residencia de Ancianos— de la Carrera de Jesús. Parecía que no habían pasado los años viendo las caras, ya más arrugadas, de quienes compartimos tareas en nuestra juventud en el viejo periódico.

Paco Fontecha fue también profesor de linotipistas en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos y, ya jubilado, fue durante cinco años presidente del Hogar de Pensionistas “Jaén-2”, donde realizó una fructífera labor. Y algo que fue durante toda su vida fue ser fiel seguidor del Real Jaén. Había nacido en el típico barrio de San Juan, se casó con Rosario Almagro y tuvieron cinco hijos. Hoy, mi amigo del alma, ha entrado a formar parte de la legión de los recuerdos, esos recuerdos que hacen que quienes se van no nos dejen solos ni los olvidemos jamás. Y Paco dejó muchos buenos recuerdos entre todos los que gozamos de su amistad.