Mi poesía de cabecera

29 mar 2017 / 11:35 H.

Andaluces de Jaén es mi poesía de cabecera y la de mi familia, desde que la conocí gracias a una profesora de Literatura y después me enamoré de ella con las versiones musicales de Joan Manuel Serrat y el grupo Jarcha. No en vano mis padres aprendieron a leer con su letra y a comenzar a valorar a los cantautores de nuestra Transición, que hasta entonces los consideraban como los ‘perroflautas’ de ahora. Mis cinco hermanos menores empezaron a concienciarse, tras escucharla una y otra vez en mi viejo radio-casette, que ser jiennenses no consistía solo en haber nacido aquí, sino en sentirse apegados a todo lo que signifique nuestra tierra, por muy lejos que el destino nos llevara.

Esta canción, por fin considerada el Himno de Jaén, acompaña todas nuestras celebraciones familiares, aunque siempre la canto yo, pero ni por ello nadie se queja. Ya tiene que gustarle a todo el mundo la letra, porque de otra forma no se entiende que nunca me manden callar.

Ha sido una lucha de muchísimas años las de unos pocos que considerábamos que nuestra provincia no le había hecho justicia hasta ahora a Miguel Hernández, tanto por su labor aquí durante la Guerra Civil como por habernos dejado los versos más acertados que de nosotros se puedan escribir nunca. Muchos que ahora alardean de “hernandianos”, entre ellos militantes y gobernantes de partidos de izquierda, me tachaban entonces de pesado y me rebatían que el poeta de Orihuela era “demasiado rojo y revolucionario” y el reconocimiento a su vida dejada en defensa de la libertad y la II República podía poner en peligro el cambio político en ese engañoso y traicionero período de la Historia de España.

No podemos olvidar que el autor de la desgarradora Nana de la cebolla ha estado tanto tiempo marginado durante nuestra actual etapa democrática como lo fue en la sanguinaria dictadura franquista. Más de cuarenta años después de morir el innombrable, hemos empezado a hacerle justicia a ese pastor que empezó a escribir en las piedras y se dejó la vida por alentar a los españoles para que no fuéramos un pueblo de bueyes, sino de leones, águilas y toros con la frente bien alta.

Esos “vientos” de Miguel Hernández hacen falta ahora más que nunca, porque tanto en nuestra tierra, como en otros muchísimos lugares, cada vez nos castigan y humillan más, y entierran todos los derechos conseguidos por nuestros antecesores en las mismas cunetas donde se encuentran aún los cuerpos de los héroes que dejaron sus vidas por alcanzarlos.

Es justo y necesario que, los devotos del miembro “maldito” hasta ahora de la “Generación del 27”, demos las gracias a la Diputación Provincial de Jaén por hacer realidad una de nuestras mayores ilusiones y por hacerle justicia en nombre de todos los jiennenses al que nos enseñó a sentirnos orgullosos de ser aceituneros altivos, porque nuestros antepasados levantaron millones de olivares con su trabajo y sudor, junto a la tierra callada, el agua pura y los planetas unidos, hasta que entre los tres dieron la hermosura de los troncos retorcidos que ahora disfrutamos. Ellos estuvieron tantos siglos con los pies y las manos presos, que el sol y la luna les pesaba sobre sus huesos, por todo lo que trabajaron y lucharon por nosotros.

Por la memoria de todos ellos, debemos volver a levantarnos, sobre nuestras piedras lunares, para no ser de nuevo esclavos, con todos nuestros olivares. Y así, agradecerle en el alma y de todo corazón a Miguel Hernández que nos enseñara que quiénes levantamos y de quiénes son estos olivos somos los Andaluces de Jaén.