Monstruos azules

29 may 2017 / 11:07 H.

Mi compañera Iara, como buena argentina, de vez en cuando me regala cautivadores destellos de ‘allá’. Puede ser el estribillo de un tango, una canción de Kevin Johansen, alguna perla de Daniel Rabinovich o el gusto por los Papas Calamaro y Francisco. El otro día me abrió las puertas al mundo de Liniers, que es el nombre con que Ricardo Siri, un dibujante e ilustrador, firma sus tiras gráficas. No era la primera vez que esas historietas tan características me habían sacado una sonrisa, pero ahora, tras días de inmersión, me he convertido en fan de Macanudo; así se titulan las tiras que desde 2002 publica en el diario La Nación, de Argentina. Sus personajes me han parecido fascinantes. Están los duendes que tienen unos gorros larguísimos cuyos pompones suelen ceder a fuerza centrípeta, la vaca cinéfila, el robot sensible, el misterioso hombre de negro pinchado por el misterio, o Madariaga, el silencioso oso de peluche que siempre acaba siendo un muñeco en manos de Enriqueta, que es la única niña capaz de sustituir a la insustituible Mafalda. Pero el personaje del que quiero hablar es el monstruo azul que dice una sola palabra: Olga. Siempre aparece junto a un imaginativo niño que se llama Martín. Está con él cuando juega, cuando se aburre o cuando sueña. En realidad, lo acompaña de forma incondicional. El monstruo me gusta especialmente porque representa ese escenario recóndito de la infancia en el que se nos permite convivir con lo invisible. Después viene la escuela, que hemos convertido en fábrica de niños normalizados. En ella, les confeccionamos a nuestras niñas y niños un contexto normativo alejado del paraíso utópico que debería ser no solo la infancia, sino también la vida. Les educamos para que aprendan, incluso, la ordenación de esa parte no visible, metiéndoles en sus cabezas: las reglas, los ritos y sus límites infranqueables. A esa disciplina le solemos llamar religión. Pero podríamos educarles menos, y enseñarles más sobre esa parte velada. Enseñarles que la vida, como un bosque, es mucho más de lo que se ve. El otro día, inmersa en esta obsesión que tengo últimamente por los bosques, disfruté enormemente con una charla TED impartida por una científica ecologista, Suzanne Simard, que ha investigado 30 años en los bosques canadienses, lo que la ha llevado a una revelación extraordinaria: Los árboles hablan y se comunican a través de enormes distancias. Hablan en el idioma de la química del carbono, del nitrógeno, del fósforo y del agua. También hablan en el idioma de los signos defensivos, o en el de las hormonas que activan el proceso de crecimiento. Me enteré de que hay árboles madre que nutren a los más jóvenes, los que crecen en el sotobosque. En un solo bosque, un árbol madre puede estar conectado a cientos de ellos a los que envía, por ejemplo, el exceso de carbono a través de la red micorrizal. Llegan a reducir la competencia de sus propias raíces para crear un espacio suficiente a sus hijos. Y cuando los árboles madre están heridos o muriendo, también envían mensajes de sabiduría a la siguiente generación de plántulas. La mayor parte de esa insólita comunicación ocurre bajo tierra. Bajo tierra, dice ella, hay otro mundo, un mundo de infinitos caminos biológicos que conectan árboles y les permiten comunicarse y comportarse como un solo organismo. Esta red es tan densa que bajo una sola pisada puede haber cientos de kilómetros de redes de hongos, llamadas micelio, conectando árboles de diferentes especies, y funcionando como Internet. Por eso me gusta el monstruo azul de Liniers que solo dice la palabra Olga. Porque aunque está oculto, existe y puedes verlo si quieres. También me gusta porque hace apenas un par de años decidí amar a los monstruos. Así que ahora, cuando apago la luz del pasillo ya no salgo corriendo para que no me atrapen, ni necesito encender la tele si oigo ruidos extraños cuando estoy sola. Tengo que reconocer que lo que más me ha costado ha sido no dormir tapada en pleno agosto porque, como todo el mundo sabe, las sábanas son la mejor protección contra cualquier monstruo que pueda traer la oscura noche.