Muere una flor por San Lucas, Marina

Marina, te has ido sin tener que irte. Nunca la muerte puede ser compañera de gente joven y guapa, en la flor de la vida, como tú, cuando te comías el mundo a borbotones de bondad y alegría. Mucha vida que desparramabas allá por dónde ibas, cuando tus padres y tus abuelos, tus tíos y tus amigos de pandilla y de colegio, tus juntas buenas de vivir Jaén, de siempre, más saboreaban de esa sonrisa permanente en tus maravillosos ojos, que ya lo decía Bécquer que “el alma que hablar puede con los ojos, también puede besar con la mirada”. Allá donde estés, que seguro que es un lugar donde habitarás eternamente, el Cielo de tu familia que te llora desconsolada, los Montes y los Martínez, buena gente, recuerda que aquí se te querrá eternamente.

Marina era una flor, una flor en un jardín de espinas, donde la vida nos atropella a cada esquina sin más consuelo, Dios, que el recuerdo, rabia a espuertas para toda su familia, que no puede haber mayor dolor que ver perder a un hijo, a una hija, con esa guapura por dentro y por fuera. De la forma en que Marina se nos fue no podemos más que gritar que el mundo es injusto, cruel, despiadado. No hay consuelo, ni compasión, sus padres solo pueden dejar pasar los días para que el dolor permanezca eterno, que la vida siga su curso para que su recuerdo sea permanente. Luchó lo indecible para salir adelante, rezamos por ella cada día de este mundo atroz que no para ni un momento, tampoco porque se vaya una chica en la flor de la vida, cuando aún despertaba los días llena de proyectos y diabluras. Ya no nos queda otro remedio que el recuerdo, el buen recuerdo de su sonrisa y de su mirada, de sus besos del alma. La luna iluminará sus sueños, que el sol ya no alumbrará su vida ni la de sus hijos, los nietos de sus padres, los biznietos de sus abuelos... Así de pronto te has ido, Marina, qué crueldad de vida, porque sí, porque alguien lo procuró, porque los renglones torcidos de Dios no hay quién los entienda... Un beso, Fernando.