¿Museo Nacional Ibero?

06 ago 2018 / 12:00 H.

En el inmenso archivo de este periódico se conserva buena parte de nuestro pasado reciente, décadas de historia. Y en el impresionante apartado gráfico, si buscamos en el 24 de febrero de 1999, hace casi veinte años, existe un reportaje sobre la movilización de un grupo numeroso de ciudadanos jiennenses pidiendo las llaves de la antigua cárcel al Gobernador, a favor de que el vetusto edificio, se transformase en el lugar que acogiera lo más representativo de nuestro rico patrimonio ibérico. La riquísima colección atesorada en el Museo Provincial necesitaba aire, espacio digno y suficiente para ser protegida y disfrutada por todo el mundo. La movilización de dos décadas atrás culminaba con una foto más que elocuente: la entonces Consejera de Cultura de la Junta de Andalucía, la profesora cordobesa Carmen Calvo, se revistió de ropajes iberos y, junto a Pilar Palazón y un nutrido grupo de amigos (Marcos Gutiérrez, Angelines García, Mari Luz Tirado, Ángel Corbella), protagonizaron una forma de reivindicación bastante original. Y que, cual gota malaya, acabó surtiendo su efecto en las altas instancias madrileñas y sevillanas, tan poco propensas a abrir el grifo cuando de temas culturales jaeneros se trata. Veinte años ha costado inaugurar el Museo. Sólo parcialmente, con una exposición digna, anticipo de los futuros contenidos, pero lejos de las expectativas tan larga y pacientemente acumuladas. La gente, el pueblo llano, esperaba más. La Asociación de Amigos de los Iberos, encabezada por Pilar, aguardaba otro ritmo: el que se les había prometido para instalar la colección definitiva: dieciocho meses que, por arte del ámbito burocrático/político sevillano, se acaban de transformar en casi cuatro años. ¡Demasiado para el cuerpo!, por muy acostumbrados que estemos en Jaén a las obras interminables y a los incumplimientos de las administraciones supraprovinciales. Pero ahí tenemos el Museo, un edificio emblemático, hermoso, en pleno centro de la capital, promesa de un futuro foco de vida cultural y turística. Pero claramente infrautilizado mientras no dé acogida a las colecciones cuya exposición está prevista. Y aquí viene a cuento una idea que ronda por algunas mentes interesadas en nuestra Arqueología Ibera, en su estudio y exhibición pública. Ya que tenemos un continente tan espectacular y grandioso, ¿por qué no dotarlo de los contenidos y recursos que estén a su altura? Si Valladolid alberga el espléndido Museo Nacional de Escultura y Mérida el Museo Nacional de Arte Romano, ¿podría Jaén convertirse en sede del Museo Nacional de Arte Ibero? Tal operación permitiría el “regreso” de piezas importantes de nuestro patrimonio, actualmente ubicadas en los almacenes del Museo Arqueológico Nacional, provenientes de distintos yacimientos, entre ellos de la espectacular Cámara Sepulcral de Tugia (en Peal de Becerro). En el activo de la idea, la especial sensibilidad ibera de la actual vicepresidenta del Gobierno de la Nación, Carmen Calvo. O los buenos contactos jiennenses del Ministro de Cultura, José Guirao. En el pasivo, lo intrincado del tema de la titularidad de los pocos Museos Nacionales existentes. Como lego en la materia que soy, busco algo de información. Y resulta que el Real Decreto 1.305/2009, de 31 de julio, por el que se constituye la Red de Museos Nacionales, en su apartado 2 a del artículo tres, establece que podrán incorporarse a dicha red “Museos de titularidad pública autonómica –sería nuestro caso- o local de singular relevancia, previo acuerdo entre la Administración General del Estado y la Administración correspondiente, y previa consulta a la comunidad autónoma donde radique.” Dicho en plata: dada la actual “sintonía” entre las administraciones estatal y andaluza, ¿sería descabellada la operación que acabo de apuntar? Lo que hace falta para que Jaén sea sede del Museo Nacional de Arte Ibero es la voluntad política. Y si empujan en esa dirección Carmen Calvo, Susana Díaz, José Guirao, Miguel Ángel Vázquez y Francisco Reyes, la jugada podría ser beneficiosa para todos. Y su coste económico mínimo, casi simbólico.