Nacionalismos peninsulares

17 mar 2016 / 09:20 H.

Casi eterno es el tema de los nacionalismos. En este corto espacio textual tenemos que delimitarnos a la Península Ibérica que, dicen tiene forma de piel de toro despellejado y, luego extendida en el suelo, como para que se seque. Dejemos a un lado nacionalismos tan jugosos como el cubano, argelino, los varios nacionalismos yugoslavos, las 22 naciones, o más, que formaban la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) que luego fueron desangrándose lentamente, y los de ¡para qué seguir! Casi todos somos “nacionalistas o regionalistas” cuando se nos toca en nuestros bolsillos. ¿Existe un nacionalismo del euro? ¡Vaya que si existe! Incluso, con un Banco Central y todo. Y si no, que se lo pregunten a los escoceses, que se echaron para atrás en su democrática consulta de independencia. Tomen nota los catalanes, vascos, gallegos, y ¿Tan importante es una lengua? Pues más difícil es entender a un gaditano o malagueño de la costa que hable ligero, que a un gallego que hable a velocidad normal. Espero no haber molestado a nadie. Yo mismo milité más de 20 años en uno de los nacionalismos hispanos de los más abiertos, de esos que podríamos llamar centrípetas o no independentistas. Porque también están los centrífugos. Los centrípetas, como el auto disuelto nacionalismo andaluz, no son independentistas, sino que prefieren hacer malabarismos con la constitución y el derecho. Los centrífugos, como su nombre indica, desearían fugarse. Pero, sin hacer “memoria histórica” de lo que deben al resto del Estado español. Un Estado que, desde la edad moderna, tiene una trayectoria tan sólo de 500 años, o medio milenio. Muchos historiadores equilibrados dicen que es el más veterano de Europa occidental, más que Francia o el Reino Unido, por ejemplo. Ya lo dijo, con cierta sorna, el general Charles de Gaulle: ¡qué difícil es gobernar un país que fabrica más de trescientos quesos diferentes! Nosotros de marcas de vinos y aceites, tampoco andamos mal.