Nada por aquí, nada por allá

14 oct 2017 / 10:24 H.

En Atocha formaban parte del paisaje. A los pies del imponente Museo Reina Sofía hacían del arte efímero una forma de vida. Un bodegón de astucia. Capaces de hacer pasar un billete del bolsillo ajeno a sus manos, sin violencia y haciéndote partícipe del robo. Los trileros se movían con una coreografía perfecta, en dos metros cuadrados de escenario. Sabíamos dónde se ocultaba la bolita en el cubilete, pero no contamos con el último y rápido engaño del prestidigitador. El locuaz ilusionista requiere de cómplices que suben la apuesta, que ganen dinero en nuestras narices y que nos despistan en el último momento para desplumarnos como lo incautos que somos. En la pasada tarde del martes, el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, convocó a nuestro devaluado ánimo con la historia democrática de esta España siempre en entredicho. Hubo algunos desajustes previos para fijar el cambalache, pero con la mesita colocada y concitada toda atención del respetable, cambió la bolita de sitio. En esta ocasión el filibustero dejó con la boca abierta hasta a los propios socios del desgobierno. Los primeros estafados fueron los independentistas congregados a las puertas del Parlament, que pasaron de la felicidad plena a un cabreo silente y resignado. Un fogonazo de República, un destello de estelada y de vuelta al cajón. El ceño fruncido de los de la CUP hacía presagiar un ajuste de cuentas épico en esa Cámara ultrajada, pero para mayor sorpresa, después del gatillazo en directo, casi consolaron a este rey sin corona. Y, por supuesto, con otras palabras, le dijeron eso de que no te preocupes otra vez será, estabas muy tenso... Amenazan con irse, pero en este despropósito todo parece coordinado y mentira.

Continúa el baile, y la película por más que la pueda producir Roures, con un guion casero, es un pestiño como aquel rodado por Woody Allen, “Vicky Cristina Barcelona” se llamaba. Un intento de plasmar la Ciudad Condal, pero con exceso de azúcar. A Pablo Iglesias le dieron un papel en la producción política, pero le pueden las ganas de llenar la pantalla a toda costa.

La portavoz de Ciudadanos Raquel Morales anunció que en las tablas presupuestarias de la Junta de Andalucía se había tallado el compromiso de echar a andar el tranvía de Jaén para el año que viene. Tuvimos duda de si el entrecomillado era fruto del subidón de haber torcido el criterio de la Junta en el Impuesto de Sucesiones, pero, al parecer, tenía razón en lo de arrancar, al menos, este nuevo compromiso. Y es que el tranvía de Jaén es un Everest político de primera magnitud. Esta semana, el consejero Felipe López confirmó que están en el campo base y que se quiere ascender a la cima. La vía alternativa que se estudia con el Ayuntamiento de Jaén pasa, eso nadie lo pone en duda, por un aumento del oxígeno económico que prestará la Junta. La proporción habrá que verla, aunque, según el propio consejero, es una oportunidad irrechazable, una perita en dulce. En este viaje Felipe López se encontrará, a priori, con extraños compañeros de vagón. Alcaldes del PP de la zona metropolitana de Jaén que, en este asunto, lo tienen claro y ahora lo dicen sin tapujos. De hecho, el alcalde de Porcuna, Miguel Moreno —que en este punto es como los de Bilbao, que nacen donde quieren— también dice que sería un beneficio en general para la provincia. Y es que el transporte público no es de izquierdas ni de derechas, además en este caso, va por el centro, que no encarrilado. Con un poco de suerte para la ciudadanía, el equipo de Gobierno se pone “flamenco” en su acepción más rumbosa y acepta la oferta final. Pasta la cabra.