Nada que celebrar

04 oct 2018 / 12:04 H.

El 1 de octubre —coincide, irónicamente, con lo que era antes “El Día del Caudillo—, el actual Gobierno catalán celebra el aniversario de un falso referéndum, sin censo oficial, sin interventores, sin Junta Electoral, en mesas de votación aleatorias y en un recuento sin garantías. O sea, una farsa en la que la que excluyen a más de la mitad de la población catalana, que, naturalmente, no ha sido reconocido por ninguna instancia nacional ni internacional, o más bien, ha sido rechazado por todos. Ese remedo de votación sirvió solo para contar a los que se han tragado el bulo de la independencia. Según el propio Gobierno Catalán (nadie más ha podido controlarlo), algo menos de dos millones de votantes. Bastante menos que la mitad del censo oficial. Esta votación es el resultado de un proceso, que viene de años atrás y que registró los siguientes hitos: Los días 6 y 7 de septiembre de 2017 se votan en el Parlamento de Cataluña, las llamadas “Leyes de Desconexión” y de “Transitoriedad” en pos de una declaración unilateral de independencia. Dichas leyes, rompen frontalmente con la Constitución Española, con el propio Estatuto de Autonomía de Cataluña y desobedecen las Resoluciones del Tribunal Constitucional, que las prohíben expresamente. Las leyes fraudulentas se aprobaron en un Parlamento que contó con la ausencia del 48% de los diputados, por no prestarse a ese grotesco engaño. Naturalmente, la propaganda oficial de la Generalitat y los medios de comunicación afines, han borrado estos acontecimientos del relato épico que se han inventado para seguir movilizando a una población que, al mismo tiempo se siente decepcionada y crispada. Sabemos cómo acabó ese ensueño, que unas élites políticas inventaron para tapar el hecho de que su partido-enseña (Convergencia i Unió o Convergencia Democrática de Cataluña), fue juzgado y condenado por prácticas corruptas (Pujol, Maciá, caso Liceo, el 3%...), hasta tal punto que ha desparecido, siendo sustituido por el Partido Democrático de Cataluña (PDCAT), además de tratar de hacer olvidar los recortes del Gobierno de Artur Mas en Sanidad y en Educación. Para esta élite el único problema que hay en Cataluña es el de la Independencia, aunque más de la mitad de la población opine lo contrario. Los acontecimientos son conocidos: Declaración Unilateral de Independencia; aplicación por parte del Gobierno Central del artículo 155 de la Constitución y unas elecciones posteriores, cuyo resultado fue que con menos de la mitad de los votos los partidos independentistas obtuvieron mayoría de escaños, consecuencia de la Ley Electoral vigente. Silencian también en su “versión oficial” que Cataluña tiene la Autonomía más amplia y avanzada de su historia, sin parangón ni en España ni en ningún país europeo. Está pasando de ser de una Comunidad abierta y cosmopolita, a proyectar una imagen provinciana, áspera y excluyente de los sentimientos de la mayoría de sus habitantes. Si sumamos la salida de empresas —4.500 según el Colegio de Registradores de la Propiedad o 2.500 según la propia Generalitat— y el descenso de la inversión extranjera en un 40%, tenemos todos los ingredientes de una situación de deterioro económico y social. Pues bien, tapando todas estas evidencias esta élite independentista radical, practica una vez más la provocación y la confrontación y vuelven otra vez a la carga. El exabrupto y la huida hacia delante de Torra demuestran que están conmemorando una peligrosa farsa.