Ni con agua caliente

21 mar 2018 / 09:08 H.

Me gustaría asomarme a la ventana, no para echar como Aurorita, la princesa del cuento, mis largas trenzas y que el príncipe pudiera subir por ellas. Me asomaría para echar mi voto y comprobar de qué manera pelearían para apropiárselo. Cuando se atisban elecciones, aunque aún queden un poco lejos en el tiempo, me recuerdan a los niños que iban detrás en los bautizos esperando que el padrino arrojara unas monedas para desearle prosperidad a su ahijado. Se comprende que después de haber depositado sus nalgas o posaderas en los “tronos” del Congreso sin que se les exigieran licenciaturas, doctorados u oposiciones y cobrando los sueldos que cobran, estén detrás de los votos como las mariposas acuden a la luz. Han conseguido lo que nadie había hecho hasta ahora, que me vuelva desconfiada. ¡Qué ridículo me parece que los recién llegados se crean por encima del bien y del mal! Sin ellos no existiría la democracia, y si me apuras, no existiría ni España. Sin ellos no existirían muchos problemas.