Niños o adultos

13 nov 2016 / 11:41 H.

Todos sabemos que las guerras son tipos de conducta gregaria que se han dado y se siguen dando entre la mayor parte de los homínidos y están estrechamente relacionadas con el concepto etológico de territorialidad o de intereses económicos, sociales o políticos. En las guerras suelen aflorar los peores y más bajos instintos que tienen los seres humanos. Las guerras evolucionan y pasaron de ser enfrentamientos armados entre dos ejércitos al concepto de guerra total en la que se considera a todos los habitantes de un territorio como contendientes y no se respetan a las mujeres, ancianos y niños. Hasta la Contemporaneidad bastaba con que los combatientes de un bando huyeran o abandonaran sus banderas y estandartes para que considerara victorioso al ejército que no las rendía. Ello explica la relativa facilidad con la que los ejércitos de la antigüedad y posteriores podían recuperarse y volver a presentar batalla. Fue Napoleón el que aplicó la persecución al enemigo hasta su exterminio o rendición total. Un nuevo paso se dio a partir de la Guerra Civíl Española en la que se inició el castigo a la población aunque esta no participara presencialmente en la lucha armada. Unido este concepto al de las nuevas armas que se utilizan nos presentan un panorama de ruina, desolación, injusticia y crueldad al mismo tiempo que de insensibilidad e insolidaridad de los no afectados. Los intentos de erradicación de los enfrentamientos armados, en nuestro tiempo, han sido muchos y las soluciones aportadas han ido, desde las Conferencias de Desarme hasta el intento de la educación global desde niños a los que se les debe educar en los valores de la Paz. Han sido numerosas campañas en las que los adultos, intentando influir en educación de los niños, cambiaban armas por juguetes explicándoles las bondades de la solidaridad entre todos los pueblos y naciones. Hoy intereses bastardos económicos, de vanidad o de idiotez nos ofrecen un panorama cada vez más amplio de pueblos y ciudades que conmemoran acontecimientos bélicos del pasado intentando reproducir batallas y enfrentamientos que deberían permanecer en el recuerdo colectivo como lo que no debe suceder nunca. Si el autor de “Los desastres de la guerra”, Goya, y el del “Guernica”, Picasso, vivieran hoy (y contemplaran estos actos conmemorativos) estarían de acuerdo con la frase que los niños empleábamos para definir a las uniformadas organizaciones juveniles premilitares de nuestra juventud de las que solíamos decír que eran “grupos de niños vestidos de gilipollas, mandadas por un gilipollas vestido de niño”.