No es caridad, es de justicia

29 abr 2018 / 10:53 H.

Debemos mirar alrededor siempre para ubicarnos en el mundo, pero no solemos hacerlo, con nuestro ombligo tenemos bastante. Calentito nuestro ombligo, el que venga detrás que arree, quien sufra a nuestro alrededor, con hacernos los sordos y los ciegos, otro día más que disfrutamos de nuestra regalada existencia. Es la condición humana de una crueldad extrema y la mejor prueba, qué fácil decirlo, ciertamente, piensa el “señor Jota”, es que no se acaban las guerras porque hay que dar trabajo a la industria armamentística y nos movilizamos solo a pequeños golpes de conciencia cuando los telediarios nos meten en la comida a niños famélicos. Decía Albert Einstein que la única crisis amenazadora es la tragedia de no querer luchar para superarla y Nelson Mandela focalizaba nuestra indignidad como seres humanos: “Erradicar la pobreza no es un acto de caridad, es un acto de justicia”.

Pobreza extrema en el mundo, pobreza a nuestro alrededor, familias enteras a las que la crisis ha fundido en la desesperanza y el bochorno de mendigar comida en los comedores sociales, si no lo vemos es porque no queremos, brama el “señor Jota”, que conoce gente altiva a la que la vida les ha dado una hostia de la que no se van a recuperar jamás. Ahora vegetan sin rumbo, perdidos y con señales inequívocas de soledad pese a vivir entre cientos de vecinos. Los tenemos al lado, ustedes les conocen, tienen ejemplos de cómo de pronto se les hizo la oscuridad y cayeron en el remolino bucólico del sarcasmo y la incomprensión, “Pobres no son los que tienen poco, pobres son los que quieren más y más, infinitamente más y nunca les alcanza”, con esta frase del expresidente uruguayo, el guerrillero José Mújica podemos ilustrar lo que ocurre con nosotros mismos, que vamos a regalar móviles a nuestros sobrinos por su Primera Comunión. “El desequilibrio entre ricos y pobres es la enfermedad más antigua y más grave de todas las repúblicas”, advertía el filósofo griego Plutarco hace dos mil años. El “señor Jota” vive ahora indignado con la indignación vacua de una sociedad, la nuestra, que lo tiene todo y no valora nada. Que le da importancia a lo superfluo, a la chominá más innecesaria pero de majestuosa trascendencia personal, es más, estamos criando una generación que quiere un caramelo y como no se lo den se tira al suelo, patalea, se cabrea y hasta que no le dan el caprichito no para y, aun dándoselo, todavía quiere más y más y más. Eso sí, muy dignos nosotros, somos capaces de dar lecciones de economía a los desheredados de la tierra para que tiren para adelante, como reconocía profético Óscar Wilde: “Es grotesco e insultante, es como aconsejar que coma menos al que se está muriendo de hambre”. “No me duelen los actos de la gente mala, me duele la indiferencia de la gente buena”, advertía Martin Luther King. Así las cosas, mientras nosotros nos ahogamos en la pena de las pocas megas del móvil o lucir palmito y una ropa cada día, los desheredados de la tierra derraman alegría a espuertas. Menuda lección de vida, uff el “señor J” mira a la niña descalza de la foto y llora.