Nuevas cotizaciones en Bolsa

02 feb 2017 / 12:12 H.

De repente se informó por la mañana que la poesía cotizaba en Bolsa. Avales como Dante, Garcilaso o Shakespeare daban absolutas garantías. También se ofrecieron valores, una vez liberados los derechos de García Lorca, y subió como la espuma Madrid. Por su parte, Nueva York reaccionó con un lanzamiento de unidades de negocio desde Poe a Auden, reivindicando fuertes influencias en el canon occidental. Frankfurt canalizó el ahorro de Rilke y Goethe facilitó seguridad, siempre rentable a lo largo de la modernidad. Londres respondió absorbiendo los bienes raíces de Eliot. El Simbolismo y las Vanguardias, especialmente el Surrealismo, dieron un golpe de dados unánime en la mesa y París aumentó, colándose por el inconsciente las lecturas bisémicas del símbolo. Baudelaire había traducido a Poe no por casualidad, y todos los poetas malditos demostraron aún más desdén por el utilitarismo y el sistema imperante, con sus posturas rebeldes e inconformistas. A propósito, Pierre Bourdieu, el sociólogo francés que había escrito “Las reglas del arte”. Génesis y estructura del campo literario (Anagrama), y que en los años noventa definió las publicaciones de poesía como “inversión de capital simbólico”, aseguró incentivos y solvencia, transparencia en la gestión de las interpretaciones y prestigio, por no hablar de éxito en filiales y traducciones. La voz corrió como la pólvora y hubo un revuelo de metáforas vivas que ofrecieron liquidez y mejoraron infraestructuras y tecnologías. Las estrofas hechas aparecieron de inmediato con su estupenda tradición secular. Brotaron los sonetos de Otero y Miguel Hernández, los monólogos dramáticos de Cernuda y Valente, los ángeles de Alberti, los lamentos enamorados de Salinas, y las melancolías: Bécquer, Rosalía, Darío. O la agitación de los Cancioneros, el Romancero, Góngora, Quevedo, Lope, por no hablar de la poesía hispanoamericana: Borges, Neruda, Vallejo, Pizarnik, y un fértil y torrencial etcétera. A media mañana, el Diario de un poeta recién casado, al anunciar su centenario, precipitó a Juan Ramón a lo más alto de los índices bursátiles, y ya estaba el Veintisiete rebelándose contra el maestro, aunque la mayoría lo entendió. De este modo la venta de poemarios se disparó, las librerías se llenaron y los neoplatónicos aceptaron que no hay mejor República que la de los poetas, esos soñadores que no renuncian a construir diálogos y conversaciones inacabadas sin rebajar la calidad estética, en la busca de un lenguaje propio y el desarrollo de la individualidad, singularidad que solo puede revertir en la construcción de una sociedad solidaria. A mediodía ya se habían emitido acciones de la poesía de la experiencia, compromiso, hermetismo y divergencias varias, sin renunciar al lirismo, al conocimiento que supone la poesía como exploración de emociones no vividas, ese territorio textual que descubre lo oculto de ti mismo, haciéndote vibrar, trasladándote al lugar del otro, la otredad en general. Todo ello desplazando el sujeto trascendental kantiano al sujeto cotidiano, ese que se parece tanto a nosotros. Así, con el cierre de los mercados, a última hora, la poesía pujaba a la alza rompiendo siglos de historia. Y nunca fue más conveniente recitar unos versos cualesquiera, los que sea. Las participaciones son de nuestra propia empresa, en un mundo sin duda muchísimo mejor.