Octavio el cartonero

17 feb 2017 / 11:40 H.

Asentero era su oficio, o sea, poner nuevos asientos de anea a las sillas. Así se ganaba la vida, hasta que su amargo destino le deparara buscar cartones y más cartones para vivir a trancas y barrancas. Siempre iba acompañado de un perro, quizá más noble y sensato que algunos mamarrachos estúpidos que le chillaban por estas calles del Jaén mitad monje y mitad diablo. También es cierto que cuando la gente no se metía con él “lo pasaba mal”, acostumbrado como estaba a buscar la bronca, eso sí, de palabra, que no de guantazos. Lo tengo que decir. En una casa deshabitada, un poco más arriba del cementerio antiguo, unos “héroes” le prendieron fuego y ardieron todos sus “muebles de última generación”, como eran cuatro mantas viejas, unas sillas con más años que la tos y cartones para dar y tirar. Octavio, o Zacarías, vaya usted a saber, tuvo el honor de entregarle, junto a su perro, a la Reina Sofía un ramo de flores, que esta aceptó con la simpatía que le caracteriza, a pesar de los obstáculos puestos por la escolta regia. “Piturda”, también le llamaban “Borrega”, fue uno de esos personajes con visos de vagabundo, aunque él iba aseado, que hacía reír y llorar a la gente con su disparatado lenguaje, rayando en lo grotesco, pero con dosis de una humanidad y sencillez increíbles.