Ofuscación, incienso y mirra

12 ene 2016 / 09:37 H.

La indignación es un sentimiento en decadencia constante, cada vez más cercano a la apatía que a la acción. Por un lado, están todos aquellos que asumen asuntos como los duros recortes sociales o los numerosos casos de corrupción que hemos sufrido en los últimos años como algo inevitable, o sin tomar demasiadas cartas en el asunto más allá del “activismo de sofá” a través de las redes. Después nos encontramos con aquellos que tienen otro tipo de prioridades, desde los más dispares mensajes de protesta debido a la suspensión de algún que otro momento de Gran Hermano de cara a las elecciones, al nuevo escándalo provocado por la novedosa cabalgata de reyes de ciudades como Madrid —porque, como todo el mundo sabe, las cabalgatas de Bob Esponja sí que eran el vivo reflejo de la sacralidad de estas fiestas—. Tan solo nos queda esperar que una sociedad que concede más importancia al modelito de Melchor que a los grandes problemas que la acechan termine por darse cuenta algún día de todo cuanto le están arrebatando. Y entonces, no nos lo perdonaremos jamás.