Otoñando en Jaén

30 sep 2018 / 11:23 H.

Septiembre tuvo que ser con su lunita plateada, testigo de nuestro candor bajo la noche callada. La noche polar de Jaén, antigua, perdurable y acerada, sin frio estelar, pero de recurrente oscuridad, esa penumbra que parece taraceada a fuerza de tristes artesanías en nuestro carácter aceitado y fronterizo, ese velo impuesto por devenires infaustos y personajes de mal pelaje y peor catadura. Nuestro impostado complejo de andaluces tardíos o sucedáneos, de difícil catalogación, impreciso estuario de la Mancha o puerta olvidada, de oxidados goznes, de la bella, folclórica y populosa Andalucía. Ya nos viene harto cansado este estéril lamento, esta perorata de pesimismo asumido, la misma cantinela de quejas y lamentaciones ante los muros de aquellos oídos sordos como tapias, ante la aforada insolencia de gobiernos y administraciones diversos, ante nosotros mismos, que poco a poco nos vamos ensimismando en la fatalidad, descreídos y abúlicos. A Jaén se la puede querer siempre, con mucho tesón, con desinteresado esfuerzo y ejerciendo un patriotismo bajo la impronta de ser nacientes en estos paisajes o, sin ser nativo, sentirse acreedores fervientes de la magia oculta o no suficientemente desvelada que poseen estas tierras. Pero cabe reflexionar, al margen de nuestras querencias y las riquezas latentes, que la realidad nos abruma con sus evidencias insoslayables. Tenemos a la mayoría de ayuntamientos sobradamente endeudados, con precariedad activa, pasiva y neutra, estamos lastrados por un pertinaz desempleo en proceso de cronificación, la población envejece y la juventud se abandona a éxodos desesperados, nuestro oro líquido no se transmuta en sobrada liquidez, ni en divisas áureas, porque ya se sabe que en el paraíso no hay banqueros, nuestra red ferroviaria es lo más parecido al tren de la bruja, el tejido industrial es un trapajo humilde y servicial, y la mayoría de los proyectos se reducen a un incierto propósito de enmienda. Amén. Pero bueno, “siempre nos quedará Paris”, o robarle el caballo a Manolo Nieto y tirarnos al monte con trabucos de precisión y mira telescópica, como románticos bandoleros de la U.E., para limpiar las serranías de Jaén de alimañas de humana condición, o cabe hacernos filósofos tabernarios, de doctrina etílica, porque con pan y vino se hace más corto el camino, o incluso practicar la incruenta revolución de mesa camilla, y ya siendo un tanto temerarios y lindando el extremismo, hacernos maquis emboscados en despensas y alacenas, con queso añejo y nómina fija de funcionario amable. Y yo, que desde mi candor, pretendía aliviarles un tanto el domingo, hablando de la luz dorada de Jaén en septiembre. Pues va a ser que no.